Año CXXXV
 Nº 49.311
Rosario,
domingo  25 de
noviembre de 2001
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Mar de las Pampas: Gente como uno
Aldea marina en la provincia de Buenos Aires, habitada por 60 familias, distante a 3 km. de Villa Gesell

Corina Canale

La historia de Mar de las Pampas, enclave atlántico que a 3 kilómetros de Villa Gesell, es similar a la de otros balnearios donde los pioneros libraron una dura y larga lucha para fijar los médanos. Lo distinto es que la epopeya contra el arenal comenzó allí mucho después, en 1957.
"En el 40 las autoridades bonaerenses midieron los campos desde la vieja ruta 11 hasta la costa y comprobaron que había unos 1.700 metros más de tierra. El mar simplemente se había replegado, un fenómeno que se repitió hasta las cercanías del faro Querandí", dijo Jorge Luis Vázquez.
Vázquez construyó 30 de las 350 casas que tiene Mar de las Pampas, pero su amor por el balneario lo heredó de su padre, quien junto a dos amigos tan idealistas como él, Rico y Zelzman, soñaron con un bosque junto al mar.
Volviendo con su relato al año 40, recuerda que por entonces la provincia les preguntó a los hacendados si querían esa tierra pródiga junto a la ruta o junto al mar. Casi todos eligieron la cercanía de la ruta, por donde salía el ganado, pero otros, como Bunge y Gesell, también compraron la franja marina.
Pasaron los años y en 1957 los amigos emprendieron la ardua tarea de domar las dunas y transformar el desierto en un bosque. Para ello convocaron a dos ingenieros agrónomos, Moretti y Takacs, y trajeron de Chile y del vivero dunícola de Miramar, pinos, olivos de bohemia, eucaliptus, cipreses y álamos.
"Se abrió entonces -cuenta Jorge Vázquez- el tiempo de experimentar y de observar cómo incidía en el crecimiento de los árboles la alcalinidad del suelo, la salinidad del mar y la fuerza del viento. Muchas veces había que fijar un médano siete veces".
Hasta que dieron con la muralla marina y la lucha contra el arenal los favoreció. Levantaron en la playa un quincho de ramas de medio metro de alto, donde el viento depositaba la arena que traía y lo elevaba cada vez más.
Entonces, los pioneros armaban sobre la arena nueva otro quincho de ramas y esperaban la acción del viento. Después de varios ciclos, cuando la muralla alcanzó los seis metros, el viento ya no pudo pasarla.
"Además -recuerda Vázquez- si el viento soplaba desde el continente, la arena volvía al mar. La muralla es tan efectiva que Cariló ya la está fabricando para protegerse".
Mientras tanto, ya al final de la década del 70, los pinos habían alcanzado 8 metros de altura. El bosque estaba definitivamente fijado y comenzaba el tiempo de abrir y compactar calles, de lotear. Fueron necesarios otros cinco años.
Mar de las Pampas es ahora una aldea marina en la que viven 60 familias. En sus construcciones de tejas y chapas "hay mucha arquitectura", dice Vázquez, quien informa que el municipio regula el reglamento de zonificación, pero que "este es supervisado por la Cámara de Comercio y la Sociedad de Fomento".
"La gente que se integra a esta comunidad es gente como uno, sencilla y nada acartonada. Los dueños atienden las hosterías, las cabañas y las casas de té, y una encuesta hecha el verano pasado arrojó que lo que se busca aquí es paz y la mágica simbiosis entre mar y bosque", dice Vázquez.
En la segunda quincena de febrero se realiza desde hace siete años el Bihatlon de Mar de las Pampas, una competencia de natación y carrera pedestre que el año pasado reunió a 300 participantes, entre hombres y mujeres.
La Casa de Té Lupita es un clásico del lugar, donde los anfitriones ofrecen, durante todo el verano, "La fiesta del queso", el "Festival del jamón" y el tradicional "tapeo" mexicano, de sabor mediterráneo.
El sosiego del bosque es ideal para un paseo romántico en sulky, viejos carruajes que se alquilan en Campo Argentino, establecimiento cercano a la rotonda. Y para los jinetes, iniciados o no, hay buenos caballos y guías, que realizan circuitos playeros diurnos y nocturnos.
En Arquería de las Pampas, en pleno centro del balneario, el visitante puede aprender los rudimentos de este deporte olímpico que desde hace un par de años se puso de moda en las playas atlánticas. Sólo es preciso pedir un trago o una brochette, y la instrucción, el arco y las flechas no cuestan nada.
Los pescadores saben que cuando llega noviembre es tiempo de corvinas y de brótolas. Naturalmente se arman los grupos de pesca y los guías locales revelan algunos secretos costeros. Los pescadores de noviembre presagian la llegada del verano.



Construcción de tejas y chapas rodeadas de bosque.
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