"Son las experiencias de mujeres y hombres que han pasado por la situación del exilio. Trato de mostrar cómo se las vivió, ya que si bien pudiste salvar la vida también la podés perder, porque se viven cosas muy difíciles". Alicia Kozameh, una rosarina que estuvo presa por razones políticas tres años en Rosario y en Buenos Aires, y que desde hace mucho tiempo vive en Los Angeles, describe su última obra -"259 saltos, uno inmortal"-, que mañana, a las 19, presentará en la Casa de la Poesía (Sargento Cabral y el río).
Kozameh advierte que su obra es ficción. "Es una novela basada en experiencias reales pero ni siquiera puedo decir que sea autobiográfica totalmente -dice-. Hay distintas cosas vividas por varias personas que junto en cada uno de los personajes".
La autora "cayó" presa en septiembre de 1975 y estuvo junto con otras sesenta compañeras en el sótano de la Jefatura durante catorce meses sin ver la luz del sol. En noviembre del 76 fue trasladada a Devoto. Tuvo la "suerte" que le hicieran un proceso y terminó sobreseída por falta de méritos, pero siguió en la cárcel a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Recién en diciembre de 1978, la soltaron, pero la mantuvieron bajo el régimen de libertad vigilada por el que no se le permitía salir de la ciudad, y se la obligaba a ir cada dos días a la temida Jefatura a firmar un cuaderno de asistencia.
Finalmente, tras sufrir amenazas decidió irse del país, pero debió esperar ocho meses para que le dieran el pasaporte. Primero recayó en Los Angeles, donde tenía amigos, después estuvo en México, volvió a Los Angeles donde en el 84 tuvo una hija y recién retornó a la Argentina en el 88.
Pero los servicios parecían no haberse olvidado de ella. Ese año, cuando presentó su libro "Pasos bajo el agua" -recuerdos de sus tiempos de prisión en la Jefatura de Rosario-, en Liberarte, Buenos Aires, la amenazaron a ella y su hija. Decidió entonces regresar a Los Angeles para quedarse a vivir.
Desde ese grave incidente, volvió algunas veces al país a recuperar el amor de los amigos, los compañeros y aquellas personas con los que compartió difíciles momentos, y lo que vio en la Argentina no le gustó. "Es gradual, pero muy claro, el aumento del deterioro -dice-. Caminás por las calles y ves las caras, ves la gente hablando sola. Se percibe la desesperanza de los jóvenes, la tremenda angustia por sobrevivir, la competencia por obtener un trabajo, la desazón. Al mismo tiempo, un cierto grado de solidaridad ante la adversidad, pero no sé si se resuelve".
Aunque se tuvo que ir del país por segunda vez amenazada en el 88, Kozameh no considera que esta nueva etapa en EEUU sea un exilio. Mientras, asegura que son maravillosos los reencuentros con sus compañeros y con aquellas personas con las que compartió la prisión. "Es un sentimiento muy fuerte, uno no se olvida de quienes compartió cosas en la cárcel", explica.
Recuerdos y reflejos
"En mi nuevo libro -dice- hablo de mis primeros cuatro años afuera del país y algunos reflejos del presente. Por ejemplo, cuento sobre los trabajos que uno tuvo que hacer -fue mucama cama adentro durante un año-, la falta de dinero y de un extrañamiento profundo, que tiene que ver con una serie de interrogaciones con relación a dónde está uno. Hay que reestructurarse en un país donde la cultura es diferente. En los primeros años, se piensa que todo el país es enemigo, cuando en realidad hay gente maravillosa en él. Es un largo y difícil aprendizaje. Uno trata de protegerse del horror pero lo vuelve a experimentar adentro, y cuando se trata de volver al país para desexilarse, uno comprueba que es para siempre. Si una vez tu lugar fue tu lugar físico y realmente después, para sobrevivir, tenés que buscar un nuevo lugar físico, entonces ahora tenés un lugar allá y otro acá, y dejás afectos, amigos".
Las marcas
Kozameh asegura que todavía no pasa frente a la Jefatura y que le resultó muy fuerte volver a la que fuera Facultad de Filosofía y Letras, y encontrarse con una placa con los nombres de los compañeros desaparecidos, a la que su hija sacó fotos.
"La represión de esos años ha destruido tanto -advierte-, que la desesperanza cunde; eso no quiere decir que no sea posible revertir la situación del país, pero va a llevar tiempo, un tiempo que mi generación no estaba dispuesta a que pasara. Pero pienso que el cambio debería ser de raíz. La corrupción está tan generalizada que pienso que los cambios deberían ser del tipo de los que nosotros hablábamos: profundos. Es necesario que el país entero se implique en ese gran esfuerzo, pero ¿cómo le podés pedir gran esfuerzo a gente que está muriendo de hambre? Me niego a verlo como un círculo vicioso, pero se necesita que todo el pueblo actúe. Hay que hacer el esfuerzo".