"Una vez me pegó tanto con un palo que me dejó cuatro días en cama. Pero después no me quedó otra, me maquillé y seguí adelante tratando de ocultar lo que me pasaba. Mis padres me decían que lo deje, mi suegra que lo entienda: que lo ayude y que aguante". Este es sólo un fragmento del relato de Ornella, una mujer de 30 años y madre de dos hijas de 6 y de 2 años, que durante tres años fue duramente golpeada, agredida y humillada por su esposo. Ornella vive junto a otras cinco mujeres y sus hijos en el Hogar Alicia Moreau de Justo, un lugar que hace seis años puso en funcionamiento el Programa de la Mujer de la Municipalidad de Rosario, dirigido por Lucrecia Aranda. Allí, se resguarda transitoriamente y sin intervención judicial a quienes como Ornella son maltratadas por sus parejas.
Más de 900 mujeres pasaron por este hogar, desde que se abrió hace seis años. Es el segundo en su tipo en el país. De distintas edades y clases sociales, ellas traen consigo una historia de violencia particular. Llegan desesperadas a través del Teléfono Verde (4802446 o 0800-4440420). Se quedan porque así lo deciden y se van cuando lo piden.
Ayer, en medio del ir y venir de huéspedes y de visitas, Ornella dio su testimonio. Un crudo testimonio si se tiene en cuenta que no faltó casi nada en la saga de maltratos a la que la sometió su marido durante tres años: celos, golpes, insultos, encierro, cortes y amenazas con revólver en mano. Todas y cada una de las actitudes violentas que Ornella prefiere sintetizar en la palabra "paliza".
Ornella fue madre soltera a los 24 años. "A mi primera hija me la crió mi madre porque yo debía trabajar", cuenta. Años después conoció a su marido. "Estuvimos de novios ocho meses en los que nos vimos poco porque él viajaba por trabajo. Durante esos meses sólo se mostraba celoso, muy celoso: que no me pinte, que no me ponga esta o aquella ropa, pero los problemas comenzaron cuando nos casamos. Hasta de blanco me casé, pero a los quince días de matrimonio me ató, me encerró en mi casa y me dio la primera paliza", recuerda.
La mayoría de las mujeres que llega a este hogar no vuelve con sus parejas, "o vuelve desde otro lugar", aclara la directora de la institución, María Rosa Ameduri. "No obstante -agrega la psicóloga Andrea Travaini-, un porcentaje, que es siempre mayor que lo que pretendiéramos, regresa a la situación de violencia. Y no es como suele decirse que la reincidencia se da porque les gusta o son masoquistas. Acá no hay goce, acá hay dolor, mucho dolor por una de las partes. Estas mujeres se quedan en la violencia porque no llegaron al momento de darse cuenta que ellas y sus hijos merecen otra vida y que hay otra posible y mejor, sin golpes".
Violencia, arrepentimiento y perdón son escenas reiteradas en el largo relato de Ornella. Contará que su marido le rompió la ropa, le tiró todos sus anillos y le cortó el pelo en más de una oportunidad. Que quedó embarazada y que a pesar de eso le pegó, "hasta el último día", remarca. Que los golpes y las agresiones fueron múltiples, y lo demuestra dejando ver sus cicatrices, en la cara y en el cuello.
Contará que él le pedía disculpas llorando y le prometía no volverla a tocar. Que se fugó varias veces, pero volvió. "Es que pensé que debía darle una oportunidad. No sé qué me pasaba", se disculpa.
Tanto Ameduri como Travaini coinciden en que los prejuicios y justificaciones en torno a la violencia contra la mujer son múltiples. "Este no es un problema de los sectores sociales carenciados. Si vale el ejemplo, por aquí pasaron mujeres cuyos hijos corrían regatas en veleros. Sucede que lo común es que quienes tienen poder adquisitivo, al momento de resguardarse de los golpes, no acuden a una entidad estatal, pueden pagarse un hotel o alquilarse un departamento", subrayan.
Ornella también se ríe. "Una vez estábamos en un bar y mi marido me decía, dejá de mirar a ese tipo. Había uno que era parecido a Sandro, con unas patillas grandes; el vago era horrible, y él creía que lo miraba", dice y larga una carcajada.
Otro costado de la violencia al que refieren las profesionales del Hogar Alicia Moreau de Justo es el económico. "Muchos maridos dejan a sus mujeres todo el día con sus hijos y encima sin un peso, o no les pasan la cuota alimentaria. Las controlan mucho desde lo económico y esto es un claro ejemplo de que la violencia se da como desequilibrio de poder, cuando una de las partes no reconoce como igual al otro y por esto no lo valora y lo humilla", indica Travaini.
Ahora, Ornella asegura que está bien. "Me puse fuerte", expresa con orgullo. Dice que en los cinco meses que lleva en el hogar aprendió a estar más segura de sí misma. "Aunque el miedo no se va del todo", aclara.
Y tiene proyectos. "Me voy a ir a vivir con otra compañera del hogar, sus hijos y mis hijas. Voy a seguir estudiando y quiero trabajar. Quiero ser una persona", manifiesta.
Máxima reserva
La entrada del hogar que refugia a mujeres golpeadas no tiene identificación. Queda claro, desde el principio, que por razones de seguridad hay que reservar los nombres de quienes residen en el lugar tanto como el domicilio. Lo primero que se ve es un inmenso jardín donde se pasean los 16 chicos que viven allí y que van del año y medio a los 16 años.
Sobre una pared blanca hay dibujos y leyendas infantiles: un escudo de Boca Juniors, una flor firmada por Noelia y una frase que reza "Sergio, mamá y nadie más". A un costado muchos juegos de plaza, que ayer servían también como tendedero. Al fondo los pabellones donde se duerme, se come y se hacen talleres para las mujeres y para los chicos.
"Acá la entrada y salida es libre. Ellas desarrollan las tareas que se hacen en todo hogar y además realizan sus trámites médicos y legales. En ese lapso, los chicos se quedan a cargo de las educadoras", explica la directora del hogar.
Las educadoras son ocho mujeres que colaboran en la institución y que han sido capacitadas en el abordaje de personas que sufrieron situaciones violentas. Son las "primeras escuchas", según las propias palabras de tres de ellas: Patricia, Carmen y Analía.