| | Editorial Un fenómeno preocupante
| En países como la Argentina, adecuadamente llamados "en desarrollo", el exilio exhibe un matiz peculiar, que lo convierte en un hecho más preocupante de lo normal: es que quienes parten suelen ser, en muchos más casos que los deseables, personas de elevado nivel cultural, cuya formación profesional le demandó a la República grandes esfuerzos y -por qué no decirlo- también dinero. El fenómeno dista de ser novedoso, si bien en otras épocas (que no están tan lejos, aunque así lo parezca) se relacionaba con cuestiones vinculadas a la esfera político-ideológica. El siniestro Proceso militar abierto el 24 de marzo de 1976 proporcionó innumerables ejemplos de lo antedicho: científicos, artistas e intelectuales de variada índole, edad y características ascendieron a los aviones y emprendieron un viaje que en demasiados casos careció de retorno, para ostensible perjuicio de la Nación. Pero ahora la situación ha cambiado. No es el miedo a perder la vida o a sufrir el amordazamiento en su propia patria lo que impulsa a los "cerebros" a realizar el largo y azaroso viaje, sino la elemental imposibilidad de cumplir aquí con la misión para la que durante años se prepararon a conciencia. ¿Podrá este drama ser revertido? La crisis de fondo que padece la Argentina obliga a realizar, ya, diversos replanteos. Uno de ellos pasa por el eje anteriormente descripto. Porque, ¿qué sentido tiene invertir tantos recursos en formar capaces y versátiles profesionales si luego se los eyectará, virtualmente, hacia otros horizontes más propicios? La pregunta es tan obvia que nadie pareciera hacérsela; y así los engranajes continúan girando, siempre en falso. Por cierto que la actual coyuntura no ayuda en lo más mínimo, pero las potenciales soluciones debieran ser planteadas en un marco no demasiado distinto del presente. La globalización, con su secuela de pérdida de importancia del aspecto geográfico, tampoco contribuye a sortear el escollo, igual que la devaluación de las ideologías y el pragmatismo dominantes. La dilución de los anclajes territoriales en un mundo cada vez más virtual se hace sentir, también entre nosotros. Elementos a los cuales habría que agregarles el escepticismo en auge, tan difícil de combatir en circunstancias como las actuales. Por eso las respuestas al dilema deben ser concretas, tan concretas como urgentes. No a partir de lo represivo -como cobrarles impuestos a aquellos que parten, un total absurdo-, sino desde la imaginación constructiva: la solidaridad bien entendida con otras naciones sudamericanas, a partir de intercambios y consorcios, puede ser una vía.
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