Penetrar en la mente de los políticos para conocer lo que en realidad piensan es como caminar por un laberinto: resulta imposible encontrar la salida. Porque, en general, ellos tratan de ocultar su pensamiento utilizando un lenguaje que admite tantas interpretaciones que terminan por no decir nada con tal de no indisponerse con nadie. Es una habilidad que desarrollan porque de este modo pueden seguir viviendo de la política, pero así no se puede conducir ninguna organización y mucho menos si se trata de la nación o las provincias.
Es evidente que si la mente del gobernante tiene ideas confusas y no sabe dar órdenes claras, capaces de impulsar la acción de sus subordinados, el país o las provincias en su totalidad andarán a los tumbos. La falta de ideas, la carencia de rumbo, las marchas y contramarchas, las demoras inexplicables y la incapacidad para llevar a cabo proyectos de cambio parecieran ser las cuestiones de mayor importancia que hoy nos están afectando. En pocas palabras, no hay estrategia.
La estrategia
La estrategia no es una ciencia exacta que se deriva de estudios minuciosos, sino más bien una particular cualidad mental que a un jefe o conductor les permite desarrollar un proceso creativo a través de medidas audaces e innovadoras. Los grandes estrategas nacen, no se hacen y mucho menos se forjan en claustros universitarios plagados de gremialismo estudiantil y agitación política.
Para aprovechar y mejorar sus condiciones naturales o instintivas el estratega tiene que contar con un medio ambiente que le facilite proponer ideas imaginativas y exitosas, porque lo más importante de él es su mente. Lo mismo sucede con la mente de un jefe de Estado. El es quien con sus impulsos creativos y don de mando tiene que coordinar el complejo conjunto de leyes, decretos y disposiciones que sanciona su gobierno, puesto que si no lo hace se convierten en una montaña de chatarra incoherente que no permite alcanzar ningún objetivo valioso.
Y ésta pareciera ser nuestra principal falla: el default político o falta de liderazgo para disponer de una estrategia acertada. Si el país no consigue con rapidez que el presidente tome la iniciativa, genere ideas y difunda consignas contundentes no será posible diseñar ni aplicar una estrategia nacional adecuada para enfrentar la crítica situación de insolvencia pública que día tras día se hace más evidente a los ojos de todo el mundo. Sin estrategia acertada seguiremos marchando a la deriva hasta hundirnos.
Apariencia y realidades
El diagnóstico anterior resulta tan familiar que cualquier observador imparcial de la realidad argentina estaría de acuerdo con el mismo. Sin embargo es mera apariencia o engañoso. Es un diagnóstico que parece acertado pero no lo es porque la realidad subyacente es muy distinta. El país está sumergido en una durísima depresión que lleva casi cuatro años y nos lleva a un empobrecimiento generalizado porque los políticos tiran de la cuerda más de lo prudente, pero además porque el gobierno sigue una estrategia oculta profundamente equivocada y que consiste en mantener el sistema de privilegios políticos.
Las estrategias no se conocen por mapas precisos ni por planes bien escritos, sino que se descubren en las pequeñas manifestaciones de la conducta de los gobernantes. Paso a paso ellos van dando señales que indican qué es lo que pretenden aunque no quieran confesarlo públicamente. Esos indicios son como los guijarros que constituyen la pista o el rastro que nos señala que algo pasa o está ocurriendo.
La reiteración de ciertas manifestaciones en la conducta del gobierno nos permite conjeturar que esa estrategia, mantenida en secreto, existe pero que está profundamente equivocada y no le permitirá alcanzar el objetivo que pretenden.
La conjetura
La estrategia implícita en las ultimas medidas del plan de reestructuración de la deuda y del pacto fiscal firmado con los gobernadores incurren en el mismo error fatal que descalabró al gobierno de Carlos Menem: la intención de mantener intacto el gasto político nacional para asegurar el financiamiento del aparato partidario y la tentación de conseguir la reelección para el año 2003.
A poco de examinarse desapasionadamente ciertas actitudes presidenciales podemos deducir dos tramas aparentemente contradictorias. Por un lado ha dado muestras inacabadas de tener un espíritu paciente y tolerante con cuantos funcionarios hayan pronunciado juicios imprudentes, sugerido que padecía de arterioesclerosis, defendido la legalización de la marihuana o administrado tan mal las grandes reparticiones públicas que las hayan llevado a la bancarrota. A estos personajes nunca les ha pedido la renuncia. Pero no se comportó de la misma manera en otros casos y con funcionarios que le fueron leales.
1º) Cuando el ex ministro Ricardo López Murphy expuso su proyecto de encarar la reforma administrativa del Estado para reducir el gasto público nacional, el presidente no trepidó en pedirle la renuncia en el mismo avión que los conducía desde Chile adonde lo había presentado frente a los funcionarios de organismos financieros internacionales. Esta manifestación de debilidad le costó al país la pérdida de 5.000 millones de dólares en depósitos bancarios.
2º) Cuando anunció con voz dramática la imposibilidad de pagar la deuda pública evitó cuidadosamente referirse a la reforma administrativa del Estado nacional y luego, cuando aparecieron en el Boletín Oficial los decretos del plan de reestructuración de la deuda, no surgió un sólo ítem que aliente la esperanza de que vayan a eliminar una sola repartición inútil.
3º) Cuando la ex ministra Patricia Bullrich intentó poner transparencia en el sindicalismo corporativo exigiendo que los caciques gremiales presenten declaración jurada de sus cuantiosos bienes personales, el presidente la desautorizó reemplazándola por un correligionario de carácter permisivo que rápidamente anuló la medida. Pero compensó el desaire tomándole juramente como ministra de Bienestar Social, y creándole simultáneamente un ministerio paralelo con las mismas funciones, manejado por un ignoto dirigente partidario de la región patagónica.
4º) Cuando esa misma ministra pretendió anular los 42 planes de clientelismo social manejado por punteros de comité, unificándolos en un único y serio seguro de salud supervisado por las entidades asistenciales de las iglesias institucionales, el presidente le aceptó de manera fulminante una renuncia que ella no había presentado, aduciendo que lo hacía porque expresó opiniones que no debían ventilarse en público.
5º) Cuando el presidente firma el proyecto de presupuesto para el año 2002 junto con el ministro de Economía se desdicen de la promesa de no crear impuestos y no incluyen ninguna línea referida a la rebaja del gasto público o a la reforma administrativa del Estado nacional. Pero al mismo tiempo demuestran con claridad la intención de mantener incólume el financiamiento del aparato político mediante la quita de 4.000 millones al sistema jubilatorio de capitalización y a los inversores locales representados por las AFJP y los bancos comerciales y además crean el superimpuesto a la renta de empresas y personas que ganen más de un cierto monto.
El presidente sigue sin comprender que la estrategia secreta, implícita en estas decisiones suyas personales, sólo conduce a sostener la ilusión de que podrá contar partidariamente con una Ciudad Autónoma de Buenos Aires gozando de una moneda convertible en dólares y disfrutando de un nivel de ingresos per capita comparable con los mejores países del mundo, mientras el resto del territorio nacional se debate en un festival de Lecops y bonos provinciales que constituyen una seudo moneda devaluable sin valor nominal más allá de las estrechas fronteras locales. Pero con esta estrategia acentuará la desconfianza de los que todavía tienen ahorros e inversiones en Argentina, entonces en lugar de mantener intacto el sistema político prebendario para que le sirva como plataforma de lanzamiento de su reelección en 2003 el presidente sólo obtendrá una feroz y demoledora huida de depósitos bancarios que no sólo desfondará al Estado sino a la Nación. Esta estrategia oculta es equivocada porque conduce al naufragio.