Omar Bravo
La Piba luce contenida. Sigue firme en sus convicciones pero no quiere, por ahora, emitir opiniones sobre la decisión de Fernando de la Rúa. Elige cuidadosamente sus palabras pero lo que no dice directamente resalta aún más el contraste: el presidente eligió lo establecido, lo tradicional. "No hubiera aceptado el silencio", dice Patricia Bullrich a La Capital en sus oficinas transitorias de Bulnes al 1900, en el deep Palermo. Sin amarguras, confiesa: "Me dedicaré al armado de mi movimiento, Ahora Argentina, que lanzamos el mes pasado en Rosario". -¿Existe un paralelo entre su caso y las otras figuras que se fueron del gobierno, como Chacho, Terragno, Storani? -Yo no lo siento así. En mi caso, hay una decisión que tiene que ver con el rechazo a una decisión de Estado que, a mi entender, estuvo como inflada. Me hizo sentir que el Estado no se piensa desde la necesidad de gestionar sino en como sacar o poner a tal persona. Pero si no hubiera ocurrido, si no se hubieran duplicado ministerios, pero se seguía retrocediendo en la política de transparencia del Ministerio de Trabajo, yo igual hubiera hecho la crítica pública. No hubiera aceptado el silencio, no hacer una crítica pública a una política que es pública. ¿Por qué se confunde negociación con concesión? Hay que negociar, dialogar, seguro. Pero, ¿por qué conceder? -¿Tuvo respaldo al inicio de su política hacia el sindicalismo? -Sí, no fue una decisión personal sino institucional. Sí, yo lo conversé y dije como veía que había que plantear una estrategia de transparencia en el seno de la cúpula sindical. Todo cambio contra el status quo es confrontativo, lo que hay que tener es la fuerza para aguantar esa confrontación y llevarla adelante. Esa es mi forma de pensar. Yo pensé que iba a ser absolutamente avalado y apoyado. Estaba consensuado... -Dijo que se fue con la conciencia tranquila. ¿Le queda algún resabio de amargura por la decisión de De la Rúa? -No, no tengo una cosa de amargura personal. Si cambiar cuesta tanto, a mí no me genera amargura sino desafío. Lo que creo es que si el presidente creyó que tenía que ir en otra dirección, uno puede decir: "No estoy de acuerdo, no lo comparto". La transformación de las instituciones me parece el camino correcto, lo que la Argentina necesita imperiosamente. -¿Cree que De la Rúa, al optar siempre por lo establecido, representa a la vieja escuela de la política argentina? -(Piensa un rato) No voy a hacer una definición en ese sentido, creo que no me corresponde. Pero no la voy a hacer en relación con el presidente. Muchos de los problemas que tiene la Argentina son porque sus instituciones los generan y no los saben resolver. Hay que dar una pelea fuertísima a todo nivel por lograr que las instituciones mejoren en su calidad. Tal vez el presidente piensa que los momentos de crisis no son momentos para cambiar; yo pienso al revés: las crisis ofrecen el mejor momento para cambiar lo tradicional. -¿Cree que los errores de De la Rúa se deben al pobre nivel político de su entorno? -Yo no creo en la teoría del cerco. -Hagamos un ping-pong: para empezar, Domingo Cavallo. -Al ministro lo conocía de antes y tenía buena relación con él, así que resultó un encuentro natural. Había muchas áreas en las que Cavallo y yo teníamos necesariamente que trabajar juntos. Tuve con él un ritmo de trabajo muy importante. -Chrystian Colombo. -Trabajábamos bien. El problema con Colombo fue que él se metió en la relación con la cúpula sindical y me abrió un modelo de relación distinta al que yo quería conducir desde Trabajo. Eso generó un camino que los sindicalistas supieron aprovechar muy bien. -Lautaro García Batallán. -Un dirigente de la nueva camada que le da buenas perspectivas a la UCR. -Fernando de Santibañes.
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