Juan José López inició el partido con un planteo táctico con todos los condimentos necesarios para quedarse con los tres puntos en disputa. Orden defensivo con una línea de cuatro estructurada para que Germán Rivarola dispusiera de la libertad necesaria para desprenderse y sumarse al ataque. Un esquema de contención sincronizado en la zona de volantes con el Negro Quinteros y Diego Erroz, más la tremenda entrega de Hernán Encina, tanto para marcar como para crear. El técnico apostó sus fichas al Chelo Delgado como delantero por derecha, junto a la explosión de Arias y al oficio de Pizzi. Con este diagrama empezó Central. Y enseguida obtuvo dividendos. Porque cuando el segundero pasó los 6' de juego Arias se fue al fondo, sacó un centro apenas pasado que Pizzi bajó de cabeza para que Encina la empujara al gol. Tácticamente correcto. Y futbolísticamente eficaz. Pero el gol, que terminó de desnudar los evidentes yerros del entrenador rojinegro, paradójicamente incidió en el organigrama auriazul. Porque tras la conquista de Encina inexplicablemente César Delgado se retrasó en demasía al extremo de terminar marcando las subidas de Dueña. Y con este desplazamiento todo el equipo retrocedió, resignando en parte el protagonismo inicial. Esta abrupta y contraproducente variante en la actitud colectiva se extendió tanto que a los 51' Newell's igualó. Y recién ahí el cuerpo técnico canalla entendió que el equipo debía "volver a ser", para así volver a empezar. Pero ese negrito atorrante con la osadía de potrero llamado Encina ya estaba agotado. Quinteros ya no era el patrón de otrora. Delgado acusaba una molestia y no podía recuperar su lugar de origen. Y la defensa ya no transmitía seguridad. Jota Jota realizó cambios para recuperar el temperamento. Pero lo logró parcialmente gracias a De Bruno. Aunque no le bastó para ganar. Entonces, con el empate sellado, sólo queda espacio para preguntarse por qué Central no mantuvo la actitud después de su gol.
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