| | Panorama: "No se puede exigir si no se cumple"
| Susana Merlo
Que los problemas son muchos es innegable. La mezcla de decepción y enojo entre la gente es una realidad, y las causas que justifican este estado son varias. Desde la irresponsabilidad e ineptitud de muchos funcionarios y dirigentes, hasta la indiferencia y corrupción que ya salpica casi todo y en todos los niveles. Desde la mentira lisa y llana, hasta la superficialidad más irreverente que, hoy por hoy, es moneda corriente. En el campo, todas estas sensaciones se potencian a partir de las contingencias climáticas que agudizan el resto, incluyendo la crisis económica que golpe a todos por igual. Es cierto que hasta la falta de sentido común sorprende y la incapacidad de reacción ante hechos críticos que merecerían respuestas inmediatas ahora ya casi ni llama la atención. Se trata de un hecho especialmente alarmante que llevaría a pensar que se está produciendo un nocivo "acostumbramiento" a este nuevo orden (o desorden). Todo esto es real e indiscutible. Sin embargo, pareciera que los tiempos se agotan, que ya no hay márgenes para seguir "pateando la pelota afuera". Pero para que se produzca un cambio de situación es necesario que, simultáneamente, haya un cambio de actitud general y para que esto ocurra es imprescindible reconocer los propios errores o defectos. No se puede creer que es posible mantener un esquema en el que siempre la culpa de todo la tienen los demás, especialmente las autoridades. Los ejemplos abundan. ¿O acaso el aparente reingreso de la aftosa al país no se debió a la hacienda entrada de contrabando por empresarios privados? ¿No fueron empresas particulares las que utilizaron agroquímicos prohibidos en frutales del Alto Valle, y otras que al no poder exportar esos frutos los volcaron al mercado interno sin ningún prurito no responsabilidad sobre la salud de sus conciudadanos? ¿Son funcionarios públicos o particulares los que falsificaron documentos de tránsito de hacienda u ofrecen dinero a los inspectores para incumplir las normas? Ni hablar en materia impositiva. ¿Quiénes fueron los que utilizaron harina de carne u hormonas prohibidas en la producción ganadera? ¿Era acaso fiscal el rodeo que se le tuvo que aplicar el rifle sanitario recientemente porque no había recibido una sola dosis de vacuna? ¿O son públicos los camiones con sobrepeso que rompen permanentemente las rutas de todos? Naturalmente se puede atribuir -y se lo hace- a déficits "en el sistema" el que se produzcan estas y muchas otras situaciones del mismo tenor. Es cierto y hay que corregirlo pero lo primero que se escucha decir es "fallaron los controles", "son ineficientes", "incapaces", o "corruptos", o cualquier cosa que ponga la culpa solamente del otro lado. ¿Y por casa...? ¿O no es verdad que es tan culpable el que otorga como el que recibe, el que no controla o lo hace mal como el que se las ingenia para transgredir? ¿Y el que sabiéndolo calla? En el plano jurídico la figura es muy clara: cómplice o encubridor. Cuando se oficializó la reaparición de la aftosa en el país no fueron pocos los que se rasgaron las vestiduras por el hecho, como si hubiera sido una decisión consensuada, y básicamente por la mentira de tantos meses que quedó explícita a nivel internacional. Pero, ¿qué hay de engaños y falsedades cotidianos, individuales o colectivos? ¿No son igualmente cuestionables? No puede haber una vara para medir las acciones públicas y otra para las particulares. No es posible pensar que es más culpable el mal funcionario que el mal ciudadano. Mucho menos factible es creer que sin el aporte responsable de cada uno, y la custodia permanente de los intereses conjuntos, se podrá avanzar en algo, sea esto el control de la aftosa, la trazabilidad o las mejoras de las condiciones del país. Todo forma parte del todo. Pero fundamentalmente tiene que quedar claro que no se puede exigir si simultáneamente no se cumple.
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