Marcela Isaías
Stina tiene 18 años, vive y estudia en Gotemburgo (Suecia) y hasta su visita a Rosario nunca había visto una villa miseria. "Realmente me shoqueó, quedé muy impresionada porque sólo conocía esta realidad a través de la televisión", dijo la joven sueca que durante una semana recorrió, junto a otros 11 compañeros -de entre 17 y 18 años- y 4 profesores, distintas escuelas y barrios de la ciudad. La visita se realizó en el marco del programa "Mi ciudad y el mundo", de la delegación de Ciudades Educadoras América latina, con sede en la Dirección de Relaciones Internacionales de la Municipalidad de Rosario. Stina se refería a una realidad que no es habitual a su Suecia natal. De hecho la palabra "marginalidad" no encontraba traducción en el vocabulario de la joven nórdica cuando se le trataba de explicar la situación de exclusión de muchos argentinos. La estudiante y sus compañeros habían participado en una jornada solidaria organizada junto a un grupo de scouts en el Servicio Comunitario de la Capilla Itatí de una zona periférica del sur de Rosario. A esta actividad se sumaron otras de carácter cultural como el aprendizaje e intercambio con grupos folclóricos regionales, y talleres en el Centro de la Juventud. Sin embargo, la mayor parte del programa abarcó un recorrido por distintas escuelas rosarinas. "La idea es que los jóvenes se contacten, compartan experiencias y opiniones, además de pensar en propuestas donde se ejercite la tolerancia, la cooperación y solidaridad", dijo la coordinadora del proyecto "Mi ciudad y el mundo", Celina Del Felice. Esta es la tercera visita de profesores de Gotemburgo a Rosario y la primera con la asistencia de alumnos. Los jóvenes se alojaron en casa de estudiantes locales y esperan poder retribuir la misma hospitalidad en su país de origen. El recorrido de la delegación sueca incluyó a las escuelas Normal Nº1, Nº625, Nº433, Sagrada Familia, Técnica Nº467, Nº411, Nº432 y María Auxiliadora. "Son muy ruidosos, hablan todos juntos y hasta utilizan el cuerpo para expresarse. En Suecia, los alumnos están siempre callados, esperan que el profesor pregunte para luego levantar la mano y hablar". De esta manera, Bengt Andreen, uno de los profesores visitantes, sintetizó su impresión acerca de qué cosas le llamaron la atención al entrar a un aula rosarina. Para Maj-Britt Hassel, otra docente, la diferencia en infraestructura entre escuelas privadas y públicas "es muy notoria". En las últimas "falta cuidado en los edificios, materiales de trabajo y computadoras, por ejemplo". Según la visión de Johan y Marcus, dos estudiantes, una diferencia significativa "es que aquí se usa uniforme para ir a clases", costumbre que en Suecia no existe. A lo largo de los ocho días en que los jóvenes recorrieron los colegios y centros culturales, descubrieron que en cuestión de música y deportes hablan el mismo idioma. "También nos preocupan el sostenimiento de la paz, la guerra en Afganistán y los conflictos por diferencias religiosas", coincidieron en decir profesores y alumnos. Cuestiones, que justamente son tomadas como ejes de trabajo por este proyecto de intercambio: "Buscamos promover el conocimiento y aceptación de otros pueblos y sus culturas profundizando lazos de amistad y respeto en el contexto de la comunidad internacional, tal como recomienda el programa de Cultura de Paz de la Unesco", recordó Celina Del Felice. Si bien los profesores suecos advirtieron que las estructuras en que se basa el sistema educativo argentino y el sueco son similares - diez años de escuela obligatoria para la Argentina y nueve años en la escuela sueca- el dispar nivel de desarrollo y la pobreza de los países latinoamericanos marcan la diferencia. Basta recordar que en Suecia el 96% de los chicos culmina la escuela secundaria, en tanto que en la Argentina, sólo la terminará la mitad de los alumnos de hogares humildes, según datos del Ministerio de Educación de la Nación de este año. Un dato que no es menor si se considera que en Argentina, el 29% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza.
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