Gustavo Yarroch
Andrés D'Alessandro tiene dos cicatrices en su cuerpo: una en la mano derecha y otra en la pera. No se las hizo en ningún accidente ni en ninguna pelea callejera. Esas cicatrices son marcas de fútbol, de aquellas tardes eternas en los potreros de La Paternal, su barrio de toda la vida. Ahora se entiende por qué Andrés no le hacía mucho caso a su madre, Estela Saturni, quien le rogaba que volviera más temprano a casa. El fútbol, dice, es su vida y, según puede verse todos los domingos, el pibe está haciendo todo lo posible para que su nombre no sea uno más en el mundo de la pelota. Por ahora, lo está logrando con creces: D'Alessandro no sólo es la revelación del torneo Apertura, sino que, a fuerza de gambetas, frenos y desaires varios a los defensores rivales, se convirtió acaso en la mayor promesa del fútbol argentino. Si hasta el mismísimo Diego Maradona dijo hace poco que, a los 20 años, D'Alessandro es el jugador "más parecido" a él. "Yo juego para darle alegría a la gente. Es maravilloso ver a la hinchada de River contenta y feliz por lo que uno trata de hacer dentro de la cancha. Es algo que te reconforta", sostiene D'Alessandro, el del cuerpo esmirriado y el fútbol que llena los ojos. El Cabezón, tal como lo llaman sus amigos, arrancó a los cuatro años en el baby de Racing de Villa Parque y luego pasó por otros tres clubes de barrio: Social Parque, Jorge Newbery y Estrella de Maldonado. Allí, en el mismo club del que surgió su amigo Javier Saviola, a quien dice extrañar "muchísimo" desde su ida al Barcelona, lo descubrió Gabriel Rodríguez, un detector de talentos de River. Durante varios años combinó sus entrenamientos en las inferiores del club de Núñez con la necesidad de trabajar para ayudar a su padre, Eduardo, quien se ganaba el pan manejando un taxi. Andrés repartía pizzas en La Paternal, a veces en moto, a veces caminando. "Terminaba muerto, pero valió la pena porque sirvió para darle una mano a mis viejos. Siempre digo que jamás me voy a olvidar de mis orígenes. Por eso espero no marearme nunca", comenta ahora que se hacen cálculos para ver si cuando le toque irse -destino irremediable- desde Europa pagarán más o menos de 30 millones de dólares. La hora del debut en Primera le llegó el 28 de mayo de 2000, en la primera gestión de Ramón Díaz. River perdió 2-1 como local ante Unión de Santa Fe, pero el ratito que le dieron le sirvió para mostrar algunos pincelazos de su fútbol exquisito. En febrero de este año, el West Ham de Inglaterra lo convocó para una prueba. En las prácticas la rompió, y la prensa inglesa lo bautizó como el "nuevo Maradona". El West Ham quiso quedárselo a cambio de 4,5 millones de dólares, la cifra inicial pedida por los dirigentes de River. Finalmente, lo que hubiera sido un error gravísimo no se concretó: David Pintado y compañía solicitaron varios millones más, por lo que la transferencia se frustró. Su explosión llegó este año, en el Mundial Sub 20, al que ingresó por la ventana y sobre la hora por culpa de la lesión de Livio Prieto. Se quedó con el Balón de Plata por ser considerado el segundo mejor jugador del torneo, detrás de Saviola. Juntos enloquecieron rivales, divirtieron a la gente y, como premio, dieron la vuelta olímpica. "Formamos un equipo bárbaro y creo que fuimos campeones con total justicia. Ojalá que algún día volvamos a juntarnos todos dentro de una cancha", augura. Cuando se le menciona que su ida a Europa quizás sea más rápida que las de sus amigos Saviola y Pablo Aimar, D'Alessandro se escapa, tira gambetas, le rehuye al tema. "Trato de no detenerme en ese tipo de cosas. Quiero tener siempre los pies sobre la tierra. Mi presente está en River y quiero pensar únicamente en darle lo mejor al equipo y en llegar lo más alto posible al campeonato", comenta. Por estos días, su ilusión es una sola: ganar su primer título en Primera. "Venimos levantando, y si seguimos por este camino me parece que se nos puede dar. Estamos cerquita de Racing y todavía tenemos que jugar contra ellos", se entusiasma el pibe que casi siempre parece estar enojado, como haciendo trompita. Justo él, que se la pasa regalándole sonrisas a los amantes del buen fútbol.
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