| | Devaluado Rugby: Pasó otro torneo Argentino sin pena ni gloria
| Pablo F. Mihal
El 57º Campeonato Argentino terminó y en líneas generales dio una muestra más de lo devaluado que está este torneo. Las finales fueron el fiel reflejo de la actualidad del rugby argentino, porque quedó evidenciado que los máximos dirigentes nacionales compiten más en ver quién tiene la panza más grande que en aportar soluciones concretas. Fue verdaderamente lamentable lo que sucedió el último fin de semana en Capital Federal. De arranque, las semifinales no debieron haberse jugado en la cancha del CASI, no porque el escenario no sea cómodo, sino porque el campo de juego no estaba en condiciones para albergar el torneo. Sin embargo, como todo estaba armado, se jugaron los dos partidos en algo que fue más parecido a un chiquero que a una cancha de rugby. La perlita de la noche del viernes se vio entre los dos partidos, cuando un empleado del club volvió a marcar la cancha con cal (obviamente acatando alguna orden) sin pensar en el desenlace que podía tener esta acción. Lo cierto es que varios de los jugadores que tuvieron la poca fortuna de caer sobre las líneas sufrieron quemaduras. Ninguno lo previno, y lo peor es que nadie se hizo responsable. Terminada la segunda semifinal y con los nombres de los protagonistas de la final ya sabidos, comenzó otra película. Ante la gran cantidad de lluvia caída y viendo que jugar la jornada decisiva en esa cancha era imposible, los dirigentes de la Urba (organizadores de esta instancia) comenzaron a debatir cuál sería el destino de los dos partidos restantes. Se rumoreó de Buenos Aires y también de Olivos, pero se manejaron sólo trascendidos. Recién a última hora y cuando muy pocos quedaban en el tercer tiempo se supo que se jugaría en el SIC. No obstante, los mandamás siguieron reunidos y tomaron otra determinación. Buenos Aires y Tucumán jugarían efectivamente en la cancha principal del SIC, pero Rosario y Tucumán se verían las caras en el anexo del club zanjero, así podían preservar el estado del campo. Fue una falta de respeto. Mandar a Rosario y Tucumán a jugar al anexo fue como mandarlos "al patio de atrás", como se repitió una y otra vez. "Después de todo, qué podés esperar si acá somos todos visitantes", meditó alguien dándole voz a un pensamiento general. Después las otras historias son conocidas. Córdoba logró merecidamente el tetracampeonato ahogándole el festejo al dueño de casa, mientras que Rosario se quedó con el tercer lugar y con un balance favorable: derrotó a Buenos Aires y Tucumán (los dos equipos que a priori eran los favoritos) y cayó ante los Dogos campeones. En el juego en sí, quedó demostrado que el tamaño y la preparación física de los equipos cada vez cobra una importancia superlativa, como la función que cumplen los pateadores. Hubo tries para todos los gustos. A lo largo de todo el campeonato y en la mayoría de los equipos pudo verse jugadores más que interesantes y potencialmente aptos para tener una oportunidad un escalón más arriba. También teniendo en cuenta el marco de la gran deserción y el éxodo -que cada vez es más grande- que sufre el rugby nacional fue muy grato ver a jugadores de la talla de Federico Méndez o del Pato Grau, por ejemplo, desplegando toda la experiencia adquirida en otras partes del globo. Esto también abrió la puerta a un sueño, el de poder volver a ver a los tantos Pichot, Albanese u Orengo que se fueron jugando en estas tierras y jerarquizando un torneo que, si no cambia, tiende a desaparecer. Porque si no, cada vez cuadra más aquel axioma: "Qué será la muerte, que viene tan despacito y uno se queda como dormido".
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