| | Por los países que fueron comunistas
| Patricio Pron
Aunque muchas cosas han pasado en los ex países comunistas en los últimos doce años, el viajero decidido a salirse de los circuitos más frecuentados tiene en países como Polonia, República Checa o Alemania una oportunidad única de conocer los restos del imperio más ineficaz de la historia. En el centro de ciudades como Varsovia o Dresden puede tenerse una impresión de primera mano de la arquitectura soviética. En la segunda debido a un mural cerca de la estación de trenes que todavía se conserva. En la primera gracias al Palacio de la Cultura de Stalin, un monumento de proporciones monstruosas que costó la vida de numerosos obreros y que se encuentra parcialmente abandonado. El edificio ofrece el aspecto de haber sido construido por una persona fuera de sus cabales. Muchas ciudades, sin embargo, han limpiado sus puntos más turísticos de recuerdos comunistas. Muchísimas estatuas han sido removidas y es posible ver algunas de ellas en un parque en las afueras de Cracovia. En estas ciudades se impone marcharse a la periferia para ver las filas de monoblocks sin vida, descascarados y parcialmente vacíos, y las estaciones de metro cochambrosas, llenas de graffittis, oliendo a orín y rodeadas de kioscos en los que sólo se vende alcohol y pornografía, para ver cuán poco ha cambiado la vida cotidiana con el regreso a la democracia. En estos países el personal en los trenes y otros servicios públicos es el mismo de la época soviética. En ellos el abuso y la ignorancia es lo habitual, y cualquiera puede encontrarse con empleados que, preguntados sobre si hablan inglés o alemán o español o francés, responden con una sonrisa sardónica mientras golpean la mesa "no alemán, no francés. Aquí polaco. ¡Polaco!". Mucha otra gente prefiere no recordar los años de plomo. Enorme mayoría de ellos suele responder a las preguntas diciendo que estaban "en la escuela", algo improbable si se especula con la edad de esas personas. Una peluquera alemana que vivió en la antigua DDR, sin embargo, lo reconoció y explicó al cronista cómo era la vida cotidiana bajo la hoz y el martillo. "En mi pueblo cuatro iglesias protestantes: todos católicos. Eramos comunistas pero también capitalistas", dijo mientras se cobraba. Es muy caro cortarse el cabello en Alemania.
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