| | Opinión La Argentina poselectoral
| Salvador V. Avendaño (*)
Ya pasaron las elecciones. Sus resultados, por inéditos, han tronado en toda la sociedad. En especial en la provincia de Santa Fe, donde el altísimo porcentaje de ausentismo (25,15%), asociado a la enorme cantidad de votos en blanco o anulados (29,95%), totaliza el 55,09% del padrón electoral, quedando reducida a sólo el 44,91% del padrón la cantidad de ciudadanos que votaron por alguien. Así, la ciudadanía que de una u otra forma no eligió representantes en la provincia de Santa Fe es mayoría absoluta. Resulta igualmente elocuente la circunstancia de que el lema más votado (PJ) apenas habría alcanzado el 15,46% del padrón total, y el 20,66% del total de votantes. Ciertamente, ningún legislador electo puede atribuirse una gran representatividad, toda vez que el que más votos puede ostentar debe reconocer que, de cada 100 electores, menos de 16 lo hicieron por él. Intentando una interpretación constructiva y respetuosa de las decisiones cívicas que originaron estos resultados, la dirigencia política no puede dejar de reparar en las siguientes circunstancias políticas, económicas y sociales, cada vez más evidentes, cuya inobservancia constituiría una omisión gravísima. Los partidos políticos no han sabido o no han querido interesar suficientemente al electorado. No se han conocido proyectos racionales y viables que hayan sugerido a la sociedad la manera de resolver su penosa situación económica, en la cual la desocupación, la incertidumbre y el abismo del default constituyen una realidad cotidiana, aparentemente sin solución de continuidad hacia su creciente profundización. No se ha propuesto y mucho menos producido ningún tipo de reforma política, a pesar de ser esta también una clarísima demanda social. Siguen los irritantes e impúdicos privilegios, los ñoquis, los costosísimos e inútiles estamentos en la estructura del paquidérmico Estado, sea nacional, provincial o municipal. Se sostienen en silenciosa complicidad onerosísimos cuerpos legislativos, que cobijan a una pléyade de personas que, sin agregar valor alguno, bajo los título de asesores o contratados, disfrutan de una remuneración que, probablemente, sus beneficiarios difícilmente la obtendrían en el marco de la actividad privada. Todo a expensas de los sectores productivos contribuyentes, y obtenido por el ejercicio abusivo del imperio de las leyes que esos mismos cuerpos legislativos promueven y sancionan. Mientras ello ocurre, se han decretado impuestazos y se han dispuesto sucesivos ajustes, ahora ciertamente inevitables, aunque esencialmente injustos, toda vez que afectan en proporciones similares a remuneraciones disímiles, erosionando ingresos vitales de jubilados y pensionados, a quienes se les ha agregado una inmerecida cuota de angustia a su ya penosa e indefensa existencia. No faltaron voces de advertencia -no escuchadas- que señalaran la tendencia creciente y lacerante del flagelo de la desocupación, que se ha instalado en porcentajes elevadísimos. Los sistemas de salud, colapsados, precarizaron la cobertura social, castigando cruelmente a los que menos tienen, en particular, a nuestros mayores que son, a la vez, los que más necesitan. Rigen en plenitud las listas sábana, verdadero mamarracho que se ha introducido como sistema eleccionario, que solo sirve para catapultar a cargos electivos, a modo de "caballo de Troya", a ciudadanos desconocidos, con proyectos desconocidos, y de antecedentes también desconocidos. Rige igualmente la ley de lemas. Otra enormidad que violenta la voluntad política en su misma esencia, toda vez que bajo la máscara de algún famoso se cobijan y acceden personas que no reúnen otro mérito que responder incondicionalmente a tal famoso, confundiendo al electorado. Vemos cómo en Rosario, por segunda vez, se "cuela" una desconocida, cuyo único mérito habría sido la utilización tramposa de una sigla correspondiente a otra agrupación política. No se ha estimulado la participación ciudadana. Efectivamente, no hay elecciones internas ó primarias en los partidos, razón por la cual no se conoce a los candidatos, ni a sus proyectos, ni a sus antecedentes. Se impide así la sana competencia que supondría la oposición de las virtudes con que cada candidato cuenta, como forma de hacer posible el conocimiento y la elección de los mejores. La dirigencia así surgida ha votado sucesivamente incrementos impositivos y presupuestos deficitarios, todo para satisfacer el crecimiento exponencial del gasto público. Ello ha originado el ahogo de la actividad privada productiva de bienes y servicios, la cual, hoy virtualmente quebrada, luce agónica y ya sin posibilidad de seguir contribuyendo a sus sostenimiento. Ha sido esta misma dirigencia -con poquísimas excepciones- la que ha conducido irresponsablemente a nuestro país a la peligrosa cornisa de la cesación de pagos, en el marco de un endeudamiento colosal, que ahuyentó tanto los capitales argentinos como las inversiones extranjeras. Es así como hoy la Argentina se disputa con Nigeria el horrible privilegio de ser el país mas riesgoso del mundo. Y es esta exclusión progresiva de Argentina del mundo financiero la que ha originado que el nivel de las tasas de interés, por el riesgo que incluyen, haga inviable la operación de las empresas, y que debamos sufrir este largo y cruento período recesivo, que parece no tener solución de continuidad. Este es, mal que pese, nuestro contexto económico, político y social. ¿Puede calificarse entonces a estos resultados electorales como un voto negativo de la sociedad? O, contrariamente, ¿no deberíamos atribuirlo a una sana lógica de nuestra ciudadanía? El voto como clara y libérrima expresión de la voluntad política de los ciudadanos, además de entenderse como método de elección, también constituye un mensaje hacia los gobernantes. Esta vez se trata, ciertamente, de un grito desesperado por el cual la sociedad ha dicho ¡basta!, ya sea a las acciones u omisiones de quienes la gobiernan, como principales responsables de la situación descripta y que la sociedad padece. Esta es una evidente demostración de madurez cívica. La sociedad no eligió, y parece no haberlo hecho por no haber encontrado representantes confiables en quien delegar su futuro. Prefirió dar este mensaje a optar por quienes no la convencen. La sociedad reclama transformar a esta democracia meramente formal, en una democracia esencial. Que se sustente en una genuina representación, gestada y consolidada en el marco de la proximidad y conocimiento personal entre gobernantes y gobernados. Se debe comprender que el voto es una suerte de poder general irrevocable, que se otorga nada menos que para decidir la cosa pública, es decir, lo que es de todos. Y ello debe hacerse a favor de quienes merecen la confianza de los mandatarios, que somos los ciudadanos. La sociedad ha reaccionado en forma no prevista; pasiva, masiva y silenciosamente. Lo ha hecho en las en las urnas, única herramienta de la democracia, y con ello ha marcado un hito que debemos tomar como experiencia y también asumirlo como oportunidad. Debemos estar atentos todos los ciudadanos. Es tiempo de nuestro protagonismo y participación. Sólo así se construye la democracia, sea como forma de gobierno o como sistema de vida. Sólo con el protagonismo y la participación ciudadana los argentinos podremos contribuir al perfeccionamiento del funcionamiento de las instituciones de la República, sin las cuales no hay democracia posible. También es el tiempo y la oportunidad de los grandes políticos para los grandes cambios, que tanto necesitamos los argentinos. Es el tiempo de la firme y decidida acción de gobernantes honrados y prudentes, para que con austeridad y racionalidad administrativa alcancen la eficiente aplicación de los enormes recursos de que todavía dispone la Argentina. Sólo tenemos que intentarlo, con esperanza. Nadie lo hará por nosotros. Sólo así haremos de la nuestra una verdadera República. (*)Escribano
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