Científicos de la Universidad de Toyama, en Japón, concluyeron que los factores de riesgo conocidos para la enfermedad coronaria son, simultáneamente, los mismos que para la enfermedad isquémica cerebral. Si consideramos que un tercio de la enfermedad oclusiva cerebrovascular (stroke) en la población mayor de 65 años resulta de patología aterotrombótica, con consecuente daño neuropsiquiátrico y neuropsicológico; que el 64% de la población entre 65 a 74 años presentan hipertensión arterial; que la prevalencia de demencias se incrementa exponencialmente con la edad a partir de los 65 años hasta alcanzar cifras del 40% al 50% después de los 90 años; que en distintas personas estudiadas la hipertensión arterial estuvo presente en el 68% de los pacientes dementes y sólo se presentó en el 23% de los grupos control, el interés por el tema adquiere singular importancia, habida cuenta que los mencionados factores de riesgo son "modificables". Alargar la vida humana ha sido el deseo del hombre a lo largo de su historia. Los relatos bíblicos permiten concluir, que, en los primeros tiempos históricos, cierto número de personas alcanzaron una edad extraordinariamente avanzada. Esta remota y supuesta época áurea, sin guerras ni enfermedades, concibió longevidades como Adán de 930 años, Matusalén 969, o Noé 950, pero ya los últimos libros del Antiguo Testamento citan una franca disminución de las cifras (Moisés 120 años). En la Argentina, en los últimos treinta años la población mayor de 65 años se incrementó en un 89% mientras que la mayor de 85 años en el 231%. Para el mundo científico prolongar la vida humana trajo aparejado mantener su salud y ha debido tener presente el principio ético por el cual dicho desafío no sea una conquista en sí misma. Así las cosas, estamos enfrentados a una población añosa en evidente crecimiento, con exigencias propias que no pueden desconocerse y debemos asegurarnos que el alto costo necesario para llegar a viejo se vea compensado con una calidad de vida adecuada. La hipertensión arterial (HTA), la hipercolesterolemia y el tabaquismo, entre otros, han incidido negativamente en aumentar la frecuencia de la enfermedad vascular, coronaria y cerebral. Pero en un abrupto contraste, el estudio de los mecanismos que provocan la enfermedad coronaria han sido mucho más estudiados que aquellos que provocan los eventos cerebrovasculares. El deterioro neuropsiquiátrico de origen vascular es un sindrome que se diferencia de la enfermedad de Alzheimer, porque se puede prevenir, identificando tempranamente sus signos y síntomas y realizando tratamientos adecuados. Como ejemplo vale citar que la tasa de mortalidad por enfermedad cerebrovascular ha disminuido en un 40% desde el tratamiento racional y adecuado de la hipertensión. Dada la alta prevalencia de hipertensión arterial en los adultos mayores, se iniciaron varios ensayos clínicos cuya conclusión fue la reducción promedio del riesgo de stroke y de enfermedad cardiovascular del 33% y el 26% respectivamente. Es interesante destacar que el tratamiento de la hipertensión arterial reduce especialmente la incidencia de stroke de causa arteriolar y no el producido por lesión arterioesclerótica. La disfunción arteriolar sería la principal causa relacionada a las enfermedades neuropsiquiátricas crónicas como ansiedad, depresión, psicosis y demencias en la edad avanzada. Con el uso de aspirina se redujo en un 31% el riesgo de stroke cerebral al inhibir la agregación plaquetaria. Respecto a la dosis adecuada, los estudios no han encontrado aún resultados inequívocos en cuanto a usar dosis altas o bajas. Por lo tanto, no existiendo consenso aún sobre la dosis óptima y en vista de los escasos efectos adversos con dosis bajas, estas son recomendadas en la prevención tanto primaria como secundaria. La meta debe ser una reducción gradual de la presión arterial y recomendar la actividad aeróbica, restricción dietética, restricción de sodio, del alcohol y del cigarrillo. En personas de más de 60 años resulta sensato que cada vez que se realice el diagnóstico de un sindrome neuropsiquiátrico, se sospeche de la fisiopatología vascular como mecanismo subyacente. Como la hipertensión arterial es uno de un grupo de factores que contribuyen al riesgo vascular en el desarrollo de la patología neuropsiquiátrica, a la inversa, la depresión, es signada como otro factor, que incrementa el riesgo de padecer un infarto agudo de miocardio. Resulta fundamental fructificar el diálogo entre especialidades (cardiología y psiquiatría) creando un espacio en el cual aprendamos a detectar precozmente los signos de deterioro de estos pacientes y sepamos que los mismos han sido precedidos en años por condiciones patológicas "modificables" que pudieron haber prevenido o retardado el comienzo de las enfermedades neuropsiquiátricas. Augusto Vicario y Fernando Taragano Psiquiatras
| La prevalencia de demencias se incrementa con la edad. | | Ampliar Foto | | |
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