Año CXXXIV
 Nº 49.276
Rosario,
domingo  21 de
octubre de 2001
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El viaje del lector
Chile: La casa de don Pablo
Mágica escapada a la morada elegida por el célebre Neruda, en Isla Negra

Este título me da pie para contar lo que realmente sentimos al visitar una de las casas en las que vivió Pablo Neruda en Chile: su casa de Isla Negra. Estábamos alojados en Reñaca, balneario contiguo a Viña del Mar y desde allí telefónicamente reservamos turno para la visita guiada a Isla Negra. Esto fue conveniente para no tener que esperar tanto tiempo para ser incluidos en un grupo de recorrida de la casa al llegar a la misma, ya que en alta temporada gran cantidad de visitantes se acercan al lugar.
Isla Negra es un paraje ubicado a unos cincuenta kilómetros al sur de Viña del Mar, pequeño, pero con todo el encanto de esas pequeñas aldeas enclavadas en la costa chilena, dominada por los fiordos y por un mar plomizo y tan impetuoso que imprimen una sensación de admiración y pequeñez en el alma del visitante.
Ni bien llegados a la casa dimos aviso de nuestro registro y luego de unos minutos iniciamos la visita. Cabe mencionar que los grupos no son nunca mayores de diez o doce personas, para que la atención de cada visitante no se disperse y las explicaciones tomen un tono de tanta familiaridad e intimidad que realmente transportan mágicamente por medio de la señorita que oficia de guía a la voz anecdótica de Pablo Neruda, "Don Pablo", como todos le siguen llamando...
La casa no tiene ningún estilo arquitectónico definido. El comenzó a construirla y dado las necesidad de albergar recuerdos, materiales y de dar cobijo a sus ideales, sucesivamente se le fueron agregando habitaciones quizás de un modo desordenado, pero que no deja de ser original y singular.
Luego de traspasar la entrada, nos situamos en la sala de estar o living, donde lo primero que cautiva todas las miradas son los mascarones de proa que penden desde todos los ángulos del techo. Cada uno tiene un nombre puesto por Don Pablo y una historia particular. Fueron traídos a la casa desde Europa, de desarmaderos de diferentes y añejos puertos.
Sorprenden los grandes ventanales hacia este y oeste, hacia tierra y hacia mar, con adornos en tonos rojizos y terracotas en unos, y azulados y verdosos en el otro, respectivamente, armonizando con el paisaje.
Inmediatamente adivinamos que "todo lo allí puesto no ha sido al azar". Todo tiene una explicación y lo más encantador es que las razones son siempre poéticas, bohemias, mágicas...
Numerosos pasillos van conectando las habitaciones. Infinidad de objetos de toda naturaleza han sido coleccionados por Neruda: insectos varios, mariposas de todo el mundo, platos, vajilla, cuadros y adornos.
Imborrable es el recuerdo del dormitorio de Pablo y Matilde. Es una habitación cuadrangular en la que dos de sus paredes, convergentes, avanzan en ángulo sobre las rocas y se adentran prácticamente en el mar, que golpea y entona una canción rugiente y hasta salpica los vidrios. Sobre la cama matrimonial, con una colcha tejida al crochet, descansa un catalejo con el cual el poeta pasaba largos ratos observando el paisaje.
Cierta vez avistó una tabla que las olas traían hacia la orilla. Entonces raudamente fue a su espera y al recogerla y comprobar que era la puerta lateral de la bodega de un bergantín, retornó a la casa loco de contento diciéndole a Matilde: "Mirá lo que me ha regalado el mar...será mi nuevo escritorio para la covacha!". Esta es la última habitación aditada a la casa, donde efectivamente munida de un pie, acondicionó dicho elemento y fue su nueva mesa de escribir.
El dormitorio está unido por un pasillo bastante largo con una pródiga biblioteca. El piso del pasadizo tiene incrustaciones de conchillas y valvas marinas, porque él gozaba del placer de sentir el masaje provocado por la concavidad de las mismas en la planta de los pies, al recorrerlo tan frecuentemente en sus escapadas llenas de inspiración para escribir.
Hablando de escribir: manchones de tinta verde son vestigios vivos que evidencian todos los lugares en los que solía hacerlo, en verde...siempre en verde...
Los baños están colmados de calcomanías y como es de esperar, los espejos distorsionan las imágenes provocando reflejos más que cómicos en quienes se miran. Ya en los jardines, centra la atención una barca de pescadores, con su mástil. En éste Pablo izaba la bandera ni bien llegaba a la casa, dando así aviso de su presencia. Neruda amaba el mar, pero le tenía un máximo respeto e incluso nunca había navegado. Todos los atardeceres solía sentarse en la barca, con Matilde o con amigos.
Siguiendo por el patio se llega a una habitación vidriada, donde a través de las transparencias se ve una prodigiosa cantidad de botellas de las formas más raras y singulares. Estamos en el bar. En su interior hay unas pocas mesas con sillas y una barra, que Pablo mismo atendía, vestido con un atavío propio de un barman.
También hay un guardarropas con percheros donde aún se guardan los disfraces que usaba en las fiestas que organizaba. Estas eran de máximo deleite y goce para el poeta y sus amigos. También en el patio y previo al ingreso a la casa, hay una locomotora, traída desde Temuco. Resulta que su padre había sido maquinista de tren y aquella, "mi locomóvil" como él la llamaba, lo retrotraía a recuerdos familiares y de su pequeñez.
Más abajo, con los rumores y caricias constantes y perennes del mar, están las tumbas donde yacen los cuerpos de Pablo Neruda y Matilde Urrutia, su tercera y última esposa, su gran amor.
Todo ha sido concebido por el escritor como un juego. A través de su casa y de sus cosas pudimos ser partícipes de su vida, de sus más íntimos momentos. La visita ha sido un recuerdo imborrable y fue tan amena, tan genuina, que por eso he dicho que..."Don Pablo nos invitó a pasear...". Quedamos tan motivados que luego visitamos sus otras dos casas: "La Sebastiana", sobre el cerro Bella Vista en Valparaíso y "La Chascona", en Santiago.
Liliana Morre de Masía
Acebal, Santa Fe



La casa no tiene un estilo arquitectónico definido.
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