Elbio Evangeliste
Adiós a la racha sin victorias en el Olaeta. Tres puntos vitales para engrosar el promedio. Tranquilidad para el trabajo de la semana. Items que se desprenden de la contundente, pero por sobre todas las cosas merecida, victoria de Argentino ante el pobre Tristán Suárez. Un 2 a 0 que sirve, en varios aspectos: un mayor fortalecimiento en lo anímico, la creencia de que cada vez es más factible zafar del descenso y el convencimiento de parte de los entrenadores acerca de que el sistema con tres defensores, cuando se hacen bien las cosas, da sus frutos. El funcionamiento del equipo fue, en líneas generales, bueno, pero ¿cuánto tuvo que ver el gol que Akerman logró cuando apenas el reloj marcaba 40 segundos de juego para que los tres puntos quedaran en casa? Mucho. Ese minuto de furia del albo sirvió para romper con cualquier intento de amarretismo de parte de Tristán Suárez. El pase de Ojeda en profundidad para Bagüí, el freno del ecuatoriano y la entrada alocada de Akerman para poner el 1 a 0 marcó un punto de inflexión. Así, al lechero se le quemó el libreto. Tuvo que salir a buscar el empate y más allá de algunas aproximaciones esporádicas, no generó demasiado peligro. Cosa que sí hizo Argentino. Los primeros 45' hubieran alcanzado para hacer del partido un mero trámite. Las causas de que ello no suceda fueron, principalmente, dos penales: el primero -de Galván a Akerman-, tan grande como el volumen de los insultos hacia el mediocre Alejandro Toia por no haberlo convalidado y el segundo, que Ojeda remató afuera. Había olor a otra tarde de sufrimiento, pero a los 7' del complemento el sueño salaíto tomó consistencia. Rubio tomó la pelota en el sector izquierdo, metió un centro y la terrible falla del arquero De Cristófano hizo que el volante primero se sorprendiera y después pudiera gritar el segundo gol de la tarde. Allí se terminó el partido, porque Tristán Suárez siguió intentando y, a la vez, mostrando todas sus falencias. A los de barrio Sarmiento les alcanzó tan sólo con cuidar la pelota y dejar que el partido se muriera lentamente. Argentino hizo sentir que jugaba de local, supo esconder sus debilidades y, más allá del penal de Ojeda, pegó en los momentos justos. No le sobró mucho, pero le alcanzó apenas con un par de minutos de furia para gritar ante su gente. Era hora.
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