| | El surrealismo de Aizenberg sobrevuela el Recoleta
| A cuatro años de su muerte, una exposición sobre Roberto Aizenberg, que abarca el período 1950-1994, fue inaugurada en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires. La muestra, la más completa realizada sobre su obra, está compuesta por 120 óleos, témperas, dibujos, collages, grabados y esculturas procedentes de colecciones públicas como el Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno de la ciudad de Buenos Aires y el Fondo Nacional de las Artes, además de colecciones privadas, algunas galerías de artes y de los herederos del artista. Un sector destacado de la exposición está destinado a reconstruir la manera cuidadosa de trabajo del pintor presentando múltiples bocetos de sus cuadros, collages y esculturas, además de curiosidades como sus diseños de joyas realizados en 1961, algunos trabajos gráficos para tapas de catálogos, y sus primeros dibujos de taller realizados en 1948 como alumno de Antonio Berni. Así, el visitante puede seguir a través del material seleccionado los diferentes caminos de Aizenberg en su constante dedicación a la actividad artística. Una breve selección de textos acompaña el montaje de la exposición guiando al espectador en su descubrimiento del mundo del pintor, en sus 40 años de trabajo realizado entre Buenos Aires, París, Milán y Tarquinia. Paralelamente a esta muestra homenaje a uno de los más importantes artistas del país, la Fundación Klemm publicó un libro de Carlos Barbarito sobre su vida y su obra. Aizenberg recordaba que un surrealista debe ser cortés y ajustaba su conducta a la máxima de Andre Breton. En su caso la noción de cortesía exigía rigor, precisión, ausencia de énfasis y una vigilia alerta al dictado del inconsciente. La publicación recopila siete encuentros dominicales mantenidos al atardecer en casa del artista. Aizenberg era celoso de la exacta transcripción de sus dichos y consciente de las complejidades conceptuales de su pensamiento. Pero en el artista la cortesía no estaba reñida con la valentía de sus opiniones. Este temperamento es el hilo conductor de los diálogos. Desde el encuentro inicial Aizenberg plantea que la capacidad de hacer arte es anterior a cualquier superestructura lógica o racional. Y desalienta las interpretaciones románticas sobre el papel reparador del arte, de la ciencia o de la religión. Ante la muerte no hay consuelo dice Aizenberg y admira el laconismo de la afirmación en quien, sabemos, estaba cercado por la irreductible certidumbre de la muerte. Más allá de la pregunta que activa el diálogo Aizenberg imprime el rumbo del encuentro. Aparta los lugares comunes y replantea el cuestionamiento de los modelos impuestos por la cultura o el hábito perezoso. Y desde esta postura cuestiona la estética de Hegel a quien le reprocha remitir el origen del arte a una entelequia (la mítica Edad de Oro) y reducir la categoría de arte a la tradición europea. Esta exclusión eurocéntrica le provoca una ironía que se percibe en las entrelíneas de los diálogos.
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|