| | Editorial La respuesta al terrorismo
| La tensa situación mundial no permite respiros. Después de la devastadora acción terrorista en los Estados Unidos, la escalada bélica se ha incrementado y la guerra contra el régimen talibán -que gobierna la casi inaccesible tierra afgana- se plantea como un hecho inevitable, del cual aparentemente sólo resta conocer la fecha precisa. Los argumentos esgrimidos por Estados Unidos e Inglaterra, eje de la alianza occidental, son contundentes: sencillamente, no resulta posible continuar tolerando la presencia de regímenes que alientan o financian a quienes hacen del más absoluto desprecio por la vida humana su razón de existir. Y es que, más allá de los motivos que intentan justificarlo, el terrorismo -con su secuela de víctimas inocentes- es tan despreciable como inadmisible. Pero lo que se ha afirmado con antelación, y es necesario remarcar este concepto, no implica que para combatirlo tenga que aplicarse el ancestral código del ojo por ojo. La Argentina sufrió, durante la última dictadura militar, las devastadoras consecuencias de una actitud semejante. El terrorismo de Estado se convirtió en un monstruo mucho peor que aquel cuya presencia se intentaba erradicar. El país entero sangra todavía por aquellas heridas. La memoria de ese aciago período de la vida nacional contiene, en síntesis, lecciones que no pueden omitirse con respecto al futuro de nuestra República y que sirven, en este caso puntual, para recordar cuáles son esos límites que no deben ser traspasados. Claro que la pasividad tampoco se presenta como una buena receta. La comunidad internacional debe dejar bien claro que un accionar como el que propugnan y practican los grupos afines a Osama Bin Laden no será tolerado. Pero el que acaso se erija como el punto clave es que la lucha contra los grupos que ejercen la violencia terrorista no debe ser confundida con un enfrentamiento a escala global con el islamismo. Tal brutal simplificación de las cosas se transformaría en un camino sin retorno. La presente no constituye, tal como algunos intentan que se la vea, una contienda entre dos culturas que históricamente se han interrelacionado con beneficios mutuos. En tal sentido, y más allá del empleo de la palabra "guerra", se torna imprescindible recordar que los terroristas son, en primera y última instancia, delincuentes. De una categoría muy especial, claro. Y también especialmente severa deberá ser la justicia que se les imponga. Pero dentro del marco de la ley. Es que esa es la principal diferencia que debe distinguir a los Bin Laden de las naciones que lo combaten: la que existe entre aquellos que no utilizan cualquier método para conseguir sus fines. Si esa frontera se volviera borrosa, quienes piensan y actúan como él ya estarían ganando.
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