Año CXXXIV
 Nº 49.258
Rosario,
miércoles  03 de
octubre de 2001
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El diagnóstico de Alzheimer requiere la participación activa del médico y la familia en el tratamiento

Elena llega a la consulta un poco desconfiada y temerosa. La tranquilizo hablándole de su ropa y las plantas que se visualizan desde la puerta-ventana de mi consultorio. Viene acompañada de su esposo Carlos, que la mira constantemente y trata de protegerla con su mirada, también está su hija Mónica que me hace señas por detrás suyo cuando no concuerda con algo que relata su madre.
Elena tiene 75 años pero dice que son 60, no sabe bien por qué la traen porque ella está bárbara y se siente muy bien. Que se olvida de algunas cosas como lo cuentan su hija y esposo pero..."eso le pasa a todas mis amigas y no es para tanto".
La consulta sigue, pregunto muchas cosas sobre si está tomando medicaciones, si padece de hipertensión y diabetes. Examino análisis de rutina, hepatograma y screening tiroide que ya solicitó otro médico. También hay un estudio de medicina nuclear (una resonancia magnética cerebral con espectroscopia), que no muestra más que alteración de ciertas sustancias.
Luego la someto a un examen neurológico que no revela signos deficitarios. La marcha está bien, así como la coordinación de los movimientos, los reflejos y la fuerza muscular.
Solicito finalmente que se retiren los familiares para chequear las funciones cognitivas: memoria en todas sus formas, atención, habilidades (praxias), conocimiento (gnosias) y lenguaje. Constato que existe una pérdida de memoria con alteraciones del lenguaje y atención.
Llega así el temido momento en que me reúno con los familiares para dar un diagnóstico. Elena padece de enfermedad de Alzheimer probable de estadio inicial a moderado. Las caras se ensombrecen y llueven las preguntas: ¿Qué es eso del Alzheimer? Es una de las formas más frecuentes de demencia, una pérdida progresiva de la memoria y de todas las funciones cognitivas.
¿Porqué probable? Porque el diagnóstico de certeza lo hace sólo la biopsia cerebral. ¿Es hereditaria? Sólo en un 10 por ciento de los casos. Aquí no encontramos antecedentes familiares por lo que sólo aumenta en parte el riesgo a contraer la enfermedad con respecto a la población general que no tiene ningún familiar afectado.
¿Tiene cura? No hasta el momento, pero sí tratamiento. Contamos con medicamentos para enlentecer el progreso de la enfermedad, como los anticolinesterásicos (donepecilo, rivastigmina, galantamina) que se asocian, según los casos, con bloqueantes cálcicos como la nimodipina, antioxidantes como la vitamina E, estrógenos y otros, según los casos.
Oímos algo de una vacuna. Aún se está probando con pacientes en el exterior. ¿No hay nada más que hacer? Sí, hay mucho, como estimular las funciones cognitivas afectadas, la memoria, el lenguaje y la atención, con ejercicios graduados.
¿Cuánto dura la enfermedad? Término medio ocho años, pero puede ser muy corta: dos años, o tan larga como 18 o 20 años. ¿La enfermedad la va a matar? En realidad la muerte sobreviene por una infección intercurrente como una neumonía.
¿Qué vamos a hacer nosotros? Y esa es la pregunta clave, que no siempre se verbaliza en la consulta, pero que seguramente está en la mente de cada familiar cuando toma conocimiento del problema. Para Elena es más sencillo comprender a medias lo que le pasa, pero Mónica se plantea que va a tener que dedicar menos tiempo a su familia, que los chicos y su esposo quizá la culpen por eso...
Para Carlos, que ya cumplió los 80, el miedo lo invade pues teme no poder cuidarla; teme que ella cambie tanto que ya no lo conozca. Teme a la reacción de sus vecinos cuando ella haga cosas no aceptadas socialmente, como hacer comentarios jocosos sobre características físicas de alguno de ellos. Tendrán que dejar de salir a cenar afuera porque ella a veces toma la comida con las manos...
Estas consideraciones y muchas otras se agolpan en cada familia cuando recibe este diagnóstico. Algunas son comunes y otras, según la personalidad del familiar y las relaciones o conflictos que mantenía con el enfermo.
Por lo tanto, para el médico no termina su labor cuando emite el diagnóstico, en realidad comienza toda una etapa para lograr:
* Enlentecer la enfermedad mejorando la calidad de vida del paciente, ofreciéndole todos los adelantos terapéuticos que no impliquen riesgo para la salud y estimulando a pleno las funciones remanentes.
* Fundamentalmente apoyar, contener y acompañar a los familiares en cada etapa, sugiriendo conductas que faciliten la convivencia familiar y social con entrevistas frecuentes y teléfono abierto.
* Derivar a Alma (Asociación de Lucha contra el Mal de Alzheimer y afecciones similares), que reúne a familiares que tienen enfermos con esta patología y que ofrecen grupos de apoyo, bibliografía, actualización sobre tratamientos, entrenamiento para cuidarse.
La filial Rosario de Alma inauguró recientemente su nueva sede en San Luis 3758, y los teléfonos son 4633790 y 4494761.
Miriam E. Stolfi
Neuróloga-psicóloga



El profesional debe ofrecer los adelantos terapéuticos.
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