| | Reflexiones Bin Laden, odio y fanatismo
| Pedro Wolkowicz
Mucho se ha escrito sobre las causas del acto terrorista del 11 de septiembre de 2001. Algunos han tratado de encontrarlas en el propio quehacer de Estados Unidos que así, según estos ideólogos, ha pagado el precio por sus despreciables conductas hacia el mundo islámico. Hemos intentado ubicarlas, pero no las descubrimos. Estados Unidos nunca colonizó a los países árabes, como ocurrió en el siglo XIX y parte del XX. Mantuvo, en cambio, aunque haya sido por intereses geopolíticos, buenas relaciones con el mundo árabe, llegando al extremo de ayudar a los partidarios del Islam en su lucha en Afganistán contra la ex Unión Soviética. Incluso su cuestionado ataque a Irak tuvo su causa en la decisión de sacarlo de Kuwait, país islámico al que los iraquíes habían invadido y que mereció la casi unánime repulsa de los demás estados árabes. Por lo demás, aunque existiesen motivos de animosidad hacia los EEUU, que tampoco son santos de total devoción, carece de justificación el tremendo ataque terrorista. No son los EEUU los que han puesto el pie en el mundo árabe para que sus mujeres sean discriminadas y para que gran parte de la población viva en la extrema pobreza y sometidos, sin excepción a regímenes no democráticos. Aún en los que no son gobernados por reyes y jeques, los militares o civiles que lo hacen, se mantienen en el poder hasta la muerte. Entonces, cabe ahora preguntarnos: ¿por qué este líder islámico llamado Osama Bin Laden, dirige todo su potente odio contra EEUU, como primera etapa, según sus dichos, para extenderlo luego a lo que él llama civilización judeocristiana? La respuesta requiere una disgresión. La historia enseña que algunos pueblos, en los momentos de crisis singulares, se encolumnan en su desesperanza, cual fue el caso de la Alemania de la década del treinta, detrás de un demente como Hitler que produjo el Holocausto y la propia destrucción de su país con la guerra que él declaró en su afán por dominar el mundo y para lo cual los judíos fueron sus ideales chivos emisarios. En sustancia y a pesar de lo que pregonaba y así lo demostraron los hechos, no le interesó hacer una Alemania viable. La usó para satisfacer su paranoia. Se sabe, a su vez, que el mundo árabe necesitaba un cambio para encontrar la solución al resentimiento de millones de sus habitantes que viven mal. Desgraciadamente la reacción, que por suerte no representa a la gran mayoría, fue el nacimiento del fundamentalismo islámico que con las pruebas a la vista no se dirigió a mejorar las condiciones de vida de sus congéneres. Por el contrario, pretendió sublimarlas llamando a una guerra santa contra los infieles, como si estos fuesen los culpables de lo que sucede en el mundo islámico. Aquí aparece entonces Bin Laden, quien indudablemente, es un delirante. En lugar de dirigir sus acciones hacia el logro de una sociedad donde no haya grandes bolsones de miseria o al menos concentrar sus esfuerzos en sacar del atraso y de la pobreza al Afganistán que lo cobijó, se dedicó a fanatizar, a buscar nuevos chivos emisarios para su guerra santa, que no implica otra cosa que dar cauce a su locura. Los resultados están a la vista.
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