| | Editorial Una lamentable protesta
| El caos desatado anteayer por unos 100 taxistas autoconvocados en el centro de la ciudad para protestar contra los remises truchos vuelve a poner en evidencia la crisis económica y moral instalada en la sociedad, su grado de profundización y la escasa capacidad de reacción de los organismos de seguridad y control para actuar en la vía pública. De las dificultades económicas financieras que atraviesa el país se ha opinado reiteradamente desde estas columnas, apelando a la sensatez de los gobernantes para que las políticas de ajuste no sigan golpeando indiscriminadamente a las franjas sociales medias y bajas. Porque la inmediata reacción del ciudadano es el recorte de gastos, de los cuales uno de los primeros rubros afectados es el transporte público, en este caso el de los taxis. Además, la sostenida recesión ha cambiado vertiginosamente la competencia y ésta se ha vuelto despiadada. El ahogo económico, la necesidad de sobrevivir lleva a algunos a violar reglamentaciones y ocupar espacios de otros. Obviamente, la respuesta de estos no tardará en llegar, primero bajo la forma de reclamo a las autoridades y ante la persistencia de un modo irracional y violento. Finalmente, todo concluye en una lamentable lucha entre desplazados y desprotegidos. El escándalo ocurrido, con escenas de pugilato entre compañeros de trabajo, golpes y amenazas a periodistas que registraban los hechos, parabrisas rotos, y el centro prácticamente bloqueado al tránsito durante varias horas, revela el profundo deterioro de conciencia ciudadana de estos actores, que no solamente ocasionan daños a la sociedad sino también a la imagen de su propio gremio, que paralelamente demostró no tener la representatividad necesaria. Pero tanto como merece condenarse esta forma espontánea y violenta de ocupación del espacio público, se debe llamar la atención a las autoridades por la falta de previsión -cuando existía información de lo que iba a suceder- y de reacción frente a los hechos para disuadir, dialogar una salida o bien actuar con eficiencia para garantizar el libre tránsito en el microcentro. Y en esto existen responsabilidades compartidas que sería razonable que cada uno las asumiera y las reconociera públicamente, para evitar cualquier sospecha sobre el significado de tanta pasividad o demora. La situación se encuentra ahora en un compás de espera. Las negociaciones entre el Ejecutivo de Rosario y de Villa Gobernador Gálvez, cámaras y gremios, se presume que llegarán a buen puerto. Para ello se necesita racionalidad, espíritu de negociación y de solidaridad. Y desde luego, que los acuerdos se inscriban legalmente. De lo contrario, los enfrentamientos depararán consecuencias de un costo impredecible.
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