Año CXXXIV
 Nº 49.250
Rosario,
martes  25 de
septiembre de 2001
Min 13º
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Editorial
El escenario preelectoral

El escepticismo, la incredulidad, la desconfianza y la apatía en la política -entre otros componentes-, han comenzado a manifestarse en cifras y porcentajes que verdaderamente sorprenden y preocupan. A poco menos de tres semanas de realizarse los comicios legislativos, la mayoría de los ciudadanos de la ciudad de Rosario ni siquiera sabe quiénes son los candidatos y la intención de votos en blanco o impugnados es demasiado alta. La encuesta solicitada por La Capital y publicada el último domingo, sobre un muestreo de 400 casos, revela que el 54 por ciento no sabe el nombre de los candidatos y el 53 por ciento aún no tiene definido a quién votar. Pero el dato más inquietante está dado por la suma del voto en blanco, la impugnación premeditada y los indecisos, que alcanza en conjunto al 83 por ciento de los encuestados.
Con cierta dosis de indulgencia, podría sostenerse que al acercarse la fecha de los comicios esos guarismos irán descendiendo y que, por otra parte, la encuesta tuvo lugar entre el 18 y el 20 de septiembre, cuando la opinión pública se hallaba concentrada y abrumada por los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, hechos sin antecedentes en la historia. Sin embargo, no alcanza para amortiguar la contundencia de las cifras, reveladora del enorme descrédito que la clase política se ha venido procurando desde la recuperación de la democracia en 1983.
Y en este estigma se puede decir que han gravitado el clientelismo, la falta de transparencia, la falsa promesa o la promesa incumplida, el tráfico de influencia, el oportunismo, los sueldos desmesurados, las jubilaciones de privilegio, los indescifrables manejos de fondos reservados, los candidatos digitados o la carencia de democracia interna en los partidos. La nómina puede volverse extensa; no obstante, el gran desinterés de la gente se asienta en la falta de respuesta concreta a sus problemas. Tres años largos de recesión, con salarios deteriorados y creciente desocupación, han generado un clima de desesperanza, donde la clase política aparece como principal responsable.
Claro que ella misma deberá encontrar, en colaboración con el Estado, los instrumentos de autodepuración, de fiscalización y de reconstrucción; porque no existe otro sistema de representación que supere al de los partidos políticos. Y el peligro de que prosperen tendencias mesiánicas siempre está latente. Desde ya, no se duda de las enormes reservas morales que existen en la clase política argentina para que recupere su imagen y, consecuentemente, construya un país con perspectiva para todos los sectores.


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