Isolda Baraldi Silvina Dezorzi
"Es absolutamente alevoso", admite el secretario de Cultura de la Nación, Darío Lopérfido, acerca de que el 92 por ciento del presupuesto de su área, que se financia con el dinero de todos los argentinos, se queda en Buenos Aires. El reconocimiento de la "injusticia" es tal que incluso califica como "monstruosa" a la estructura de la secretaría y como "una locura" que se destine tanto dinero al también nacional teatro Cervantes, "cuando a cuatro cuadras están los mejores teatros de América latina". -¿Cómo se siente ahora que su gestión ya no es tan protagónica como supo ser? -Fantásticamente: soy un funcionario cultural. Haber sido vocero del presidente fue una circunstancia de las vueltas de la vida. Lo tengo registrado como el momento más sacrificado de la función pública: hacía algo que no me gustaba y por lo cual me criticaban mucho... -Una combinación horrible. -Sí, pero me siento orgulloso de esa etapa porque pasé momentos muy duros y nadie cuestiona que no di la cara. Me tocaron el primer ajuste, la renuncia del vicepresidente e incluso el noviazgo de Antonito con Shakira... -Era un hombre muy odiado... -Sí, fue muy sacrificado, pero no me generó más contradicciones que un gran mal humor. Llegaba a mi casa y me preguntaba por qué estaba haciendo eso que no me gustaba. -¿Y por qué se generó tanta crítica? -Porque mi partido vive la comunicación como un problema psicológico, es acomplejado en ese tema. Yo creo que los problemas son problemas y hay que decirlos, no ocultarlos. En cambio, Menem decía "Estamos mal pero vamos bien" o "Estamos en el Primer Mundo" cuando crecía el desempleo. Pero es mi partido y son cosas que pasan, como en la familia, uno admite lo que va bien y lo que va mal. -Volviendo a su actual función, ¿cree razonable que más del 90% del presupuesto de Cultura quede en la ciudad de Buenos Aires? -Es absolutamente alevoso. Pero hay que trabajar mucho en el plano legislativo para que la distribución de recursos se modifique. Muchos datos demuestran esa injusticia porque el grueso de las instituciones nacionales tienen sede en Buenos Aires. La estructura en Capital es monstruosa: 22 museos, la Biblioteca Nacional, el teatro Cervantes, entre tantos otros. Y es una locura que haya que gastar tanta plata, por ejemplo en el Cervantes, cuando a cuatro cuadras están los mejores teatros de América latina: el San Martín y el Colón. Todo eso está muy mal, pero no lo puedo cambiar porque los recursos están pautados en el presupuesto que vota el Congreso y me envía pautas fijas para cada institución. -¿Cómo se quiebra ese círculo? -Con un trabajo legislativo muy intenso; mientras tanto, intentamos priorizar los gastos en las instituciones que tienen carácter federal, como los institutos del Cine y del Teatro o la Comisión de Bibliotecas Populares. -¿Tiene registro de la producción cultural de Rosario? -Sí, claro. Rosario es una potencia cultural. Mi acercamiento intelectual con ella fue a través de Juan Carlos Baglietto. Cuando tenía 16 años, de pronto me crucé con unas especies de gladiadores musicales que venían de otra provincia y ganaban Buenos Aires. Nadie desconoce a creadores como Fito Páez, Baglietto, Fontanarrosa, Gustavo Postiglione, que ya tienen una dimensión nacional. A diferencia de otras ciudades, Rosario tiene una tradición cultural muy fuerte. Es muy parecida a Buenos Aires, donde uno acciona desde la base de la propia tradición. Por eso su movimiento cultural podría existir sin apoyo oficial. Más aún, tiene el Parque España, que fue una gestión de la ciudad y logró que un país europeo pusiera su mirada aquí. -¿Qué política tiene para Rosario? -Lo mejor es apoyar lo que ya existe. Porque nosotros, por ejemplo, montamos el Festival de Jazz en los Siete Lagos, donde no existe, y ponemos todo. Ese esquema no hay que aplicarlo aquí, porque Rosario genera sus propios eventos muy importantes y cuando una ciudad o una región tiene producción propia la mejor política es sumarse a eso y no imponer nada. Aunque también estamos evaluando hacer subsedes de los museos, pero es una ingeniería complicada sobre todo por los costos que implica trasladar el patrimonio cultural. -¿Usted se considera un personaje de la farándula? -No, lo que pasa que tengo una novia actriz (Marina Wollman) y antes tuve otra que era cantante de rock (María Gabriela Epumer). Por eso muchas veces los programas de chimentos me encuentran en el cine o el teatro. Pero bueno, es parte de mi función pública. No frecuento abogadas, contadoras o bancarias, me muevo entre la gente de la cultura. -Ahora aparece en el sketch "Gran Cuñado" de Videomatch. -Sí, eso viene con la función y hay que tomarlo con humor. El humor gráfico tiene una larga tradición en el país que comienza a principios de siglo... -Pero a De la Rúa no le cae muy bien. -No, pero lo ha visto últimamente y se ríe bastante con el Gran Cuñado. -¿Cómo es ser secretario de Cultura cuando la educación y la Universidad están amenazadas con ajustes? -Es más complicado, pero no hay que rendirse, sino buscar alternativas rápidas. Me complica y me duele que les bajen los salarios a mis empleados o cuando no se puede realizar algún programa. Los economistas ven a la gestión cultural como un gasto de recursos. Hay que invertir esa lógica y sostener que la cultura se maneja dentro de las industrias y las industrias generan recursos, divisas y empleo. Estamos dando una lección fabulosa con el cine: llevamos las películas afuera, mostramos la producción, se ganan premios y recuperamos público para nuestro cine. En medio de la recesión y en el último año, la industria del cine generó un crecimiento de empleo del 57 por ciento.
| Para Lopérfido, Cavallo cree que la cultura es un gasto. | | Ampliar Foto | | |
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