| | Editorial Mundos en colisión
| El título de la famosa obra de ensayo-ficción de Immanuel Velikovsky ("Worlds in Collision") puede resultar útil como metáfora de la situación actual del globo, geopolíticamente hablando. Los terribles atentados cometidos en los Estados Unidos que demolieron las emblemáticas Torres Gemelas y un ala del Pentágono, con un triste saldo de vidas humanas perdidas de la manera más cruel, se erigen como el Rubicón de este asunto. Es decir, se trata de aquel río que, una vez cruzado, impide que luego se vuelva atrás. Después de la tragedia el cambio de escenario fue brusco, y las perspectivas incluyen en primer plano la sombría visión de la guerra. Aunque lo más grave, paradójicamente, no sea eso, sino el potencial enfrentamiento entre dos culturas que durante larguísimo tiempo han convivido en armonía, con beneficios y enriquecimiento mutuos: el Islam y Occidente. El dolor sin límites que causaron los atentados ha provocado en muchos, en efecto, reacciones de lucidez escasa. Hechos de discriminación contra árabes o descendientes de árabes, agresiones verbales -y hasta físicas- contra ellos y los lugares en que habitan o trabajan, discursos encendidos de tono belicista y epítetos proferidos desde la más absoluta incomprensión son ejemplos de esas actitudes, producidos en EEUU. Claro que, simultáneamente, los festejos populares en varias ciudades palestinas -transmitidos por televisión a todo el mundo- representan la contracara del anterior fenómeno. En ambos casos, se trata de hechos repudiables y, sin duda, hasta estúpidos. Esa clase de radicalización es la que imperiosamente debe evitarse si se pretende que después de la barbarie pueda instalarse, otra vez, el diálogo. Y de ese diálogo, de la fluida interrelación entre un universo y otro, han brotado frutos perdurables: no debería olvidarse que el mundo islámico no consiste única y exclusivamente en la cerrada cosmovisión de los talibanes. Por el contrario, en momentos que la cultura occidental se debatía en los estertores posteriores a las invasiones bárbaras (comienzos y mediados de la Edad Media), los árabes preservaron los restos de la prodigiosa herencia legada por la Antigüedad: es decir, las obras grecolatinas. De ellos ha recibido la humanidad, entre tantas otras cosas, la obra de notables poetas y el pensamiento de originales filósofos -basta recordar, ejemplo al vuelo, los prodigiosos versos de Omar Khayyam-; por esa razón, no debería confundirse el todo con las partes. Es que de esa confusión pueden surgir odios demasiado peligrosos; y acaso a ello apuesten los que destruyeron las Torres Gemelas. Por tal razón, los procedimientos para extirpar el tumor tendrán que ser rigurosamente quirúrgicos. De otro modo, los dos mundos entrarían en colisión, con consecuencias tan dramáticas como impredecibles.
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