Año CXXXIV
 Nº 49.248
Rosario,
domingo  23 de
septiembre de 2001
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La historia de un viaje pionero a la Península de Valdés
Los visitantes de Puerto Pirámide se maravillan con el mayor zoológico natural y continental de fauna marina

La revista Golfo Nuevo, que circulaba a principios del siglo XX en la ciudad chubutense de Puerto Madryn, publicaba episodios de la vida de Félix Olazábal, pionero de la península Valdés. De aquella epopeya emprendida por el pionero, al que el relato describe como "un hombre que poseía una voluntad de hierro", se decía que "se lanzó a la conquista desafiando, con una temeridad poco común, los peligros que se oponían a su triunfo". Nadie imaginó en esa época que las ballenas francas tornarían famosa a la pequeña península y que en 1999 la Unesco la declararía Patrimonio Natural de la Humanidad.
Olazábal había nacido a la vera del río Bidasca, en Biriathon, ciudad de los Bajos Pirineos en la parte francesa del País Vasco. Allí pasó su niñez y adolescencia, nadando en el río Bidasoa, hasta que se fue a Biarritz, donde trabajó como socorrista.
Los duros tiempos que atravesaba Europa lo decidieron a embarcarse hacia tierras lejanas, viaje que concretó con la huella dactilar como rúbrica de su analfabetismo. Así llegó a la ciudad bonaerense de Tandil, donde su primer trabajo fue pastar ovejas en la estancia Bella Vista, de Ramón Santamarina, acaudalado almacenero y terrateniente.
"Fueron años de muchos esfuerzos y sacrificios", solía decir recordando aquellos tiempos, que lo encontraron -en abril de 1897- vadeando el río Negro en un arreo de más de mil kilómetros a través del desierto. El destino final era una pequeña península de la provincia del Chubut, la península Valdés, de la que sólo sabía que era un lugar de 300.000 hectáreas rodeadas de mar y silencio.
Allí vivían un tal Gumersindo Paz y algunas vacas cimarronas, animales que habían sido de la Estancia del Rey, fallido intento colonizador de los españoles que subsistió hasta 1810.
Cuando el vasco llegó a la península esa región apenas había sido explorada por el hombre blanco; sólo los tehuelches la atravesaban algunas veces. El hombre eligió una playa del Golfo Nuevo, donde hoy está Puerto Pirámide, y habitó en las cuevas de rocas naturales, al pie de un cerro. Muchos años después un grupo de marinos argentinos bautizaron al lugar Punta Olazábal.

Tierra ingrata
Sobrevinieron años de soledad en un clima durísimo y una tierra ingrata y seca, carente de agua y alimentos. Pero el vasco Olazábal luchaba por convertir lo inhóspito en un sitio digno.
Sus ovejas se multiplicaron y el hombre, poco a poco, mejoró su vivienda y construyó un ingenioso bañadero para la hacienda, donde curaba la sarna de los animales con el agua marina.
Esa vida calmada llegó a su fin cuando una empresa salinera de Buenos Aires se instaló en tierras fiscales, usando el lugar como puerto de embarque para su producción, ya que la sal tenía un valor alto en Europa.
En ese tiempo Olazábal vendió parte de sus 14.000 ovejas y compró tierras, pasando de las 12 leguas fiscales en las que había vivido nueve años a 2.450 hectáreas. Y allí levantó en 1906 la estancia Bella Vista, en homenaje a la de Tandil.
Las nuevas tierras eran más agrestes que las costeras, un inmenso medanal de arena donde el vasco cavó pozos, extrajo agua con molinos a viento, alambró y abrió canales y represas. Hasta que el desierto se convirtió en un vergel.
La tierra bien trabajada alumbró parras y manzanos, membrillos y montes de eucaliptus. También instaló un inmenso estanque habitado por cisnes, que se podía recorrer en un chinchorro.
De una primera unión tuvo dos hijos, y otros ocho nacieron de su casamiento con Josefa Ignacia Betelu. En total fue padre de seis varones y cuatro mujeres, a quienes puntualmente les asignaba tareas como cuidar ovejas, ordeñar vacas, elaborar embutidos. En ese lugar semidesértico logró tener 20.000 lanares, 500 vacunos y 150 yeguarizos. Y a ser socio de Betelu Hermanos, el negocio de ramos generales de Puerto Pirámide.
Sus grandes amigos fueron Gumercindo Paz, quien ya habitaba en le península, y Juan Tolosa, compañero de aquel arreo que lo trajo desde Tandil a Valdés, quién después emigró hacia Camarones.
La familia Olazábal vive aún en la península Valdés. De la familia original del vasco vive la mayor de las mujeres, Josefa Olazábal de Martinelli, y Justo, el menor de los varones.
Pero la vida en esa región cambió. Ahora turistas de todo el mundo llegan a ver la exótica fauna marina conformada por ballenas, pingüinos, elefantes y lobos marinos. Actualmente la estancia Bella Vista recibe turistas en ese lugar solitario del sur de la Península, desde donde se ven los médanos que avanzan y la inmensidad de la llanura.
De esa historia de tesón y amor quedaron los binoculares del pionero, un Winchester 44, un cuchillo de plata y fotografías. Y también el alambique del siglo XVIII con que el abuelo elaboraba vino, sidra y grapa para alegrar el corazón de sus amigos. Y una fonola marca Víctor, de 1915, remite a bailes y alegrías.
Sólo falta que la cueva del vasco Olazábal sea declarada Monumento Histórico Provincial y tenga su merecida placa. Desde Punta Olazábal los visitantes que llegan a Puerto Pirámide miran las ballenas y escuchan esta historia. Están en el mayor zoológico natural y continental de fauna marina del planeta.



Viajeros de todo el mundo visitan a los pingüinos.
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