Rolfo Bella
Intérpretes y dirección: Maxim Issaev, Pavel Semtchenko y Jana Toumina. Música: Nikolai Soudnik. Luces: Vadim Golobov. Sala: Parque de España. El elenco ruso Axe-Teatro de ingeniería presentó una unica función de su espectáculo "The White Cabin". A partir de objetos escénicos simples representan las complejas relaciones del mundo sensible y empírico y los vínculos personales con sus condicionantes políticos y sociales. El resultado es un espectáculo que ofrece una interpretación descarnada de la realidad. El grupo recurre a las técnicas de casi todas las formas del entretenimiento y el espectáculo, y las utiliza de forma nada inocente, manipulándolas para transformar la puesta en una alegoría de la humanidad. La representación es compleja, así como la diversidad de lenguajes y técnicas empleadas. La intención es ofrecer un relato que si bien no es nuevo, como es la frágil y contradictoria concidión humana, lo hacen recurriendo a un sofisticado mecanismo de ingeniería escénica que justifica el nombre con el que se conoce al grupo. Video, plástica, marionetas, circo y fotografía encuentran una cohesión fluida, sin por ello perder la individualidad expresiva que le es propia a cada una. En esta línea, la iluminación se transforma en un elemento dramático más, junto con el agua, el humo, los sonidos discordantes, la música y las escasas palabras que complementan un discurso hecho de imagenes y que deja ver un preciso trabajo de experimentación. En las primeras escenas el espacio se divide con el trazado de coordenadas y paralelas. Eso otorga una multiplicación de posibilidades de uso del espacio con las cuales el grupo va perfilando su forma personal de comprender la división de ese mundo que intentan representar. La primera división es una metáfora que remite al universo kafkiano y es resuelta por uno de los actores envuelto en diarios, de los cuales se va desprendiendo, mientras tiende una grilla de elasticos que atraviesa de lado a lado la escena. Esas palabras escritas que lo definen sin ser propias, son la representación de un mundo que no le pertenece, definiendo y finalmente neutralizando su propia individualidad. En ese trazado inicial, donde aparecen un estrato superior y otro inferior, atravesado por compartimientos estancos, se representa la verticalidad de las relaciones. Su desaparición marca un punto de inflexión en el espectáculo y los seres anonimos que poblaban la escena van definiendo singularidades. A partir de esa transformación aparecen las relaciones de poder personales y los actores se transforman alternativamente en criaturas inquietantes, violentas e imprevisibles. La escena finaliza con una danza siniestra de grand guignol, donde una ambivalente coexistencia parece posible. Aquella fragmentación donde se sugiere el juego del poder acaba cuando los elásticos que atravesaban la escena se recogen y elevan. Los personajes se encuentran y brindan por eso, pero la fiesta comienza con un signo violento: en lugar de destapar una botella de champaña, un golpe seco con un martillo la rompe en dos y comienza un brindis oscuro por una celebración confusa, mientras los hilos que estaban sobre sus cabezas a modo de cubierta protectora comienzan a desprenderse. Si bien en ningún momento se hace explícito, es posible ver una alegoría a las transformaciones políticas y sociales del país de orígen de los actores. La compañía ofrece una lectura crítica de la realidad: la construcción y deconstrucción constante de signos e imágenes semejan el fin de una inocencia y una confianza en crisis.
| La obra ofreció una visión singular de las relaciones. | | Ampliar Foto | | |
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