(Especial para La Capital desde Nueva York).- Estar en Nueva York en el momento del ataque terrorista a las Torres Gemelas ha sido una experiencia espantosa ya que el estado de shock en toda la ciudad y el país es absoluto. El norteamericano medio nunca piensa en serio que algo le puede pasar hasta que le pasa, entonces aparece sumido en la desesperación y el horror como si recién se enterara de que esto es lo que su gobierno hace en y a todo el mundo.
Tienen una tendencia infantil a separar lo de ellos de lo que les pasa a los otros y de esta manera viven alegremente en un Estado y con un gobierno que pasa toda su vida atacando de una manera u otra al resto de los países. Ahora más que nunca, con el "increíble" Bush que ha acentuado el unilateralismo en las relaciones mundiales y se va retirando de todos los pactos internacionales como si fuera el amo del universo.
Lo cierto es que este atentado marca un antes y un después. El antes ya lo conocemos, el después preocupa porque en manos de Bush puede ser cualquier cosa. Es justamente en este marco que creo necesario replantear el lugar de quienes trabajamos como educadores por la paz y acerca de las posibilidades reales de alcanzar lo que nos proponemos. Caminar por las calles de Manhattan, en medio de la gente desesperada, llorando, intentando comunicarse con familiares y amigos me obliga a un replanteo de los objetivos que buscamos en nuestra tarea. El camino es largo, duro, tormentoso y poco seguro pero siempre lo ha sido y en todas partes.
La posibilidad de trabajar en Estados Unidos me ha permitido conocer un mayor número de educadores por la paz de distintas partes del planeta. En todos los casos encontramos grandes similitudes en las resistencias y los obstáculos que nuestra especialidad tiene, sea cual fuere el lugar de la tierra donde se trabaje.
Pareciera que hacer pensar, reflexionar y actuar a la gente sobre valores éticos y humanos es provocador, subversivo y peligroso, de manera tal que todos nos convertimos en sospechosos para el sistema político y educativo. Intentar concientizar acerca de la realidad para ser factor de cambio es visto como un ataque al Estado, y buscar un mundo más justo y equitativo para todos, un propósito utópico y desmesurado.
Aún en un país tan cargado de significación negativa para nosotros, también es necesario afirmar que desde el Norte, los educadores por la paz y los derechos humanos trabajan solidariamente, se comprometen, dicen lo que tienen que decir y se juegan en lo suyo.
Pensando en la escuela
Tal como señalara en el prólogo del libro del educador español Calo Iglesias Díaz, "Educar para la paz desde el conflicto", al igual que el concepto de paz, la práctica de la educación para la paz ha evolucionado, adquiriendo en nuestros países un claro compromiso con los principios democráticos y con propuestas que incluyen soluciones concretas para alcanzar una sociedad más justa, solidaria y equitativa.
Los conflictos armados en otras partes del mundo nos sensibilizan hoy para un tratamiento cognitivo, sistemático y actual de las miserias y crueldades de la guerra, tanto como el análisis de sus terribles consecuencias, las que a diario nos hacen saber los medios de comunicación.
El abordaje geográfico e histórico del tema es importante, pero no suficiente. También deben ser objeto de reflexión, investigación y críticas los conceptos de nacionalismos, soberanía y Estado; el rol de las Naciones Unidas y de la Otan en el mundo de hoy; la realidad de las diferentes etnias y su problemática de convivencia; las soluciones y los desencuentros ante los conflictos; la situación de los refugiados y su desamparo brutal ante los ataques de amigos y enemigos; el peligro de una guerra brutal para la conservación de nuestra casa: el planeta; el armamentismo y a venta de armas como rentable negocio mundial.
Pero tampoco esto es suficiente si abstraemos estas problemáticas que nos sobrecogen de "las guerras" cotidianas, al vivir en un país donde cada vez es más difícil explicar la democracia y ejemplificar con modelos casi inexistentes. La desigualdad social, la carencia de recursos vitales por gran parte de la población, el desempleo y la miseria crean desesperanza y desconfianza en el gobierno elegido por el pueblo.
La tarea educativa debe obligatoriamente vincular las dos situaciones: los conflictos directos y las guerras de otras características pero no con menor intensidad porque sólo un análisis integral de la violencia puede llegar a posibilitar una reflexión crítica y un cambio posible. He aquí el gran desafío pedagógico de los próximos años y de nuestra tarea docente.
Educar para la paz significa recordar siempre, en todas partes, que "todas las guerras han sido posibles por la negación de los principios democráticos de la dignidad, igualdad y respeto mutuo entre los hombres, y por la propagación, en su lugar, por medio de la ignorancia y los prejuicios, de la doctrina de la desigualdad de los hombres y las razas" (Constitución de la Unesco, 1945).
(*) Docente universitaria. Responsable de \Ciudades Educadoras delegación América \latina con sede en Rosario