| | Editorial El terror cierra una época
| Hay instantes en los cuales las palabras pasan a habitar en el reino de la impotencia. Convertidas a su más mínima expresión, apenas alcanzan, en el mejor de los casos, la categoría de balbuceo. La perspectiva que puede tenerse con respecto a los inéditos y terribles hechos ocurridos ayer en territorio estadounidense es escasa, pero no pueden quedar dudas de que constituyen el fin de una era. Y todo epílogo, se sabe, significa un principio. Ahora bien: ¿qué es lo que ha dado comienzo ayer en Nueva York y Washington, donde los mayores símbolos del capitalismo y del poderío militar norteamericano- las Torres Gemelas y el Pentágono- fueron el blanco de un devastador ataque terrorista? Las respuestas a ese interrogante aún no han sido escritas. Lo que sí está claro, en medio del polvo, los escombros y las miles de víctimas civiles, es que se trata de la guerra. No en el sentido convencional del término, el que alude al enfrentamiento entre dos o más naciones por intermedio de sus respectivas fuerzas armadas, sino en un sentido que acaso haya sido inaugurado. Los adjetivos que pueden emplearse para dar idea de la magnitud de lo sucedido no superan la categoría del lugar común, aunque existe uno cuya precisión difícilmente podría ser puesta en tela de juicio. Y ese calificativo es: nuevo. Lo que pasó es nuevo. Siniestramente nuevo. Existen varios planos sobre los que desplegar el análisis, pero el primero, ineludiblemente, debe ser ese -tan concreto- del dolor y de la muerte. Más allá de todo y por sobre cualquier cosa se ubican los miles de víctimas fatales, hombres, mujeres y niños; aquellos que se convierten en el chivo expiatorio de la locura, la impiedad y la sinrazón sin límites que ostentan los asesinos de turno. Porque de eso se trata: de asesinos. Tal cual titulara uno de sus libros el inolvidable Henry Miller, acaso se esté viviendo el "tiempo de los asesinos". Pero la escala a la cual se han transportado sus acciones desborda los límites de lo imaginable. Luego, por cierto, se encuentran las consideraciones de índole política, militar y hasta filosófica. Primero está el llanto de los inocentes. Por ahora, es lo único que se oye. Se ha cerrado una época y otra se abre. La visión que pueda tenerse del futuro dista de ser esperanzada. Pero, tal como lo decía Albert Camus, el hombre sigue teniendo más cosas dignas de admiración que de desprecio. Aunque en el día de ayer todas las pruebas hayan parecido confirmar lo contrario.
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