U. G. Mauro
Las canciones de Alberto Cortez son bien intencionadas, balsámicas y -con buena leche- anestesiantes. No es malo, en medio de este largometraje de terror y pesadilla al que desde hace décadas los argentinos asisten ya sin asco y catatónicos, que alguien les haga recobrar la ternura, añorar el naranjo del patio de la casa natal o a de ese perro que acompañaba a los borrachos desde el boliche hasta la puerta de sus casas y recordarnos que en cierto modo somos descendientes de esos expulsados de sus patrias que bajaron de los barcos. No está para nada mal. Cortez sigue mostrando su voluntad de entregarse al público enteramente y su recital tuvo una extensión inusitada, pero es evidente también que cuida su salud y que no puede mostrarse tan expansivo sobre el escenario como antes. Dueño, en primera instancia, de un gran oficio y además de un gran caudal vocal, hoy el cantante administra cuidadosamente su potencial; se reserva para los momentos más fuertes del encuentro y, mientras tanto, apela al recurso de apurar los temas, por momentos casi conversándolos y sostiene las notas altas finales sólo lo indispensable. Unicamente cuatro músicos, entre los que se contó como director el gran pianista y arreglador español Ricardo Miralles, bastaron para apoyar la labor de este cantante pampeano que cuenta en nuestra ciudad con una legión de maduros seguidores. Estos aplaudieron con entusiasmo creciente su trabajo, llegando a pararse para ovacionarlo cuando interpretó "Como la marea" apoyado con brillantez por Miralles. Con absoluta puntualidad el espectáculo se inició con "A mis amigos". Técnicamente un mal comienzo, ya que la voz de Cortez llegó durante todo el tema sólo a través de los baffles del retorno, con lo que los músicos, adecuadamente amplificados, se le superpusieron. Salvado el escollo, el cantante arremetió con los temas más conocidos de su trayectoria con "Mi árbol y yo", "De ayer a hoy", "Los demás" -rítmica, poco difundida y divertida reflexión sobre cómo se deslindan responsabilidades-, "Alma mía" y el estreno de "El río" -poema de Atahualpa Yupanqui que permaneció inédito hasta la grabación de un reciente disco de homenaje-. Cortez manejo más que adecuadamente los climas. Tras la nostalgia y la copla yupanquiana el show subió en intensidad con las palmas que acompañaron a "¿Hasta cuándo?". Salvo con las eternas "Callejero" o "Mi árbol y yo", el cantante de Rancul no es ya tan difundido, pero como ocurre con quienes trascienden, sus canciones ya están en la gente. Así reverdecieron lauros temas que hace tiempo no difundía como "La casa familiar" o "Mi país", ésta una reflexión apropiada a los tiempos. Lo que en principio fue una seguidilla de canciones sin solución de continuidad, paulatinamente se fue convirtiendo en un espectáculo en el que el Cortez abrió el juego a la platea, dialogando y haciendo chistes. El show continuó con "Ave caída", "Para ser un pequeño burgués", y la romántica y ovacionada "Como la marea". Como era de esperarse, los momentos más emotivos llegaron con la vieja "En un rincón del alma" y "El abuelo", precedida por algunas anécdotas en torno al tema. Tras una sesión de tres o cuatro cuentos picarescos, llegó un presunto final formal en "Andar por andar andando" (originalmente el nombre de este espectáculo que para Rosario fue "40 años de carrera") que se prolongó largamente en bises con "El amor desolado" y "Cuando un amigo se va", canción esta que Cortez cantó a capella, sencillamente para demostrar que todavía quiere y puede.
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