El gobierno nacional no se cansa de repetir que perseguirá hasta las últimas consecuencias a los evasores de impuestos. La gente bufa por lo bajo, convencida de que sólo pagarán los de siempre y que buena parte de quienes deberían ser grandes contribuyentes encontrarán la manera de evadir. Razones para pensar así no les faltan: basta con ir a comer a algunos de los grandes restaurantes y pizzerías de la ciudad para comprobar que, a la hora de abonar, con frecuencia se obtiene una boleta, pero de factura legal ni hablar. Otro tanto ocurre con comercios del hogar, mueblerías, casas de fotografía, boutiques y demás rubros, donde los precios suben o bajan según el color -en blanco o en negro- de la venta. La pregunta del millón es cómo algo tan obvio se les pasa por alto a los sabuesos de la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip). La respuesta no puede andar muy lejos: o hay negligencia o hay complicidad. Para los entendidos, hay una mezcla de las dos.
Según dicen los que saben, algunos comercios ofrecen descuentos del 10 al 20 por ciento si la venta se hace en negro. Miti y miti, que le dicen. Otros, en cambio, son más voraces: no sólo no facturan y por ende no cobran el IVA (el impuesto al consumidor final), sino que de ese modo tampoco tributan el proporcional de ganancias ni ingresos brutos.
El tema de la evasión y la Afip se parece a la infidelidad, en eso de que el marido siempre es el último en enterarse. La situación es admitida por un ejecutor fiscal con reserva de identidad. "¿Cómo no lo va a saber la Afip? Así como lo sabemos usted y yo lo saben todos", dice.
Hay ejemplos elocuentes. Es viernes a la noche en un popular restaurante de la ciudad. Terminada la cena, la familia se decide a pagar. "La cuenta, por favor", dice el jefe de familia. La moza vuelve con un recibo sin inscripción ni valor legal, donde consta el importe a pagar. El hombre abona masticando la primera bronca que empieza a estrangularle la digestión.
Luego los comensales se dirigen a la salida. En la puerta, una especie de maitre le solicita amablemente la boleta que le entregaron adentro, una virtual prueba del delito. "¿Cómo? ¿No me hacen factura y aparte les tengo que entregar este papel trucho que me dieron?", explota el hombre, un comerciante harto de cumplir con sus obligaciones. A los gritos sigue exigiendo que le cobren como marca la ley. Imperturbable, el tipo de la entrada le responde que se la pida al encargado. El hombre finalmente se va, diciendo que "por eso el país está como está".
Su caso no es una excepción. Domingo al mediodía, sol brillante reflejado en el Paraná, una multitud de mesas colmadas de familias mirando al río. Al restaurante le va bien, más que bien, pero a la hora de cobrar otra vez la boleta trucha, sin número de Cuit, sin dirección, sin fecha de inicio de actividad, sin nada.
Algunas pizzerías de superonda tienen su propia modalidad. "¿Necesita el ticket?", consulta la moza a boca de jarro al cobrar. "¿Cómo me pregunta eso?", le responde el cliente. La chica contesta que sólo hace lo que le mandan.
Y hay más. Una gran casa de electrodomésticos ofrece un lavarropas, primera marca, a precio excepcional. La condición, que la transacción se haga en negro y obviamente en efectivo, un detalle sine qua non para evadir. La pregunta: ¿el lavarropas llegó en blanco al negocio o también el fabricante evadió?
El cuadro se repite, detalles más o menos, en diferentes rubros. Y no se trata de quioscos, almacenes o verdulerías de barrio, sino de comercios con importantes niveles de facturación.
Al amparo de la noche
La noche, dicen, es otro de los grandes escenarios donde la evasión circula tanto como el dinero. Los bares a full, esos que se llenan entre las 23 y las 4, compran las latas de cerveza a 30 centavos y las venden a tres pesos, con una ganancia del mil por ciento. Pero la mayoría de las veces, del ticket ni hablar.
Lo que queda poco claro es qué piensan al respecto en la Afip. Según otro ejecutor fiscal, no hay una sola respuesta sino una "cruza" de factores: "Falta de decisión política firme a nivel nacional y de las autoridades locales de la Afip, y niveles de corrupción intermedios producto de decisiones individuales, es decir, de inspectores que en la calle hacen lo quieren porque no tienen control".
Los ciudadanos comunes, los que aun con bronca no dejan de pagar, vuelven a preguntarse a quién combate el gobierno cuando declara la guerra a la evasión.