| | Editorial Conciencia de una necesidad
| En la Argentina de hoy, cercada por una crisis que no retrocede, parecen haberse registrado cambios de mentalidad a los cuales -dentro de lo riguroso de la coyuntura- no queda otra alternativa que calificar abiertamente de positivos. Es que la gente, salvo ciertos bolsones de resistencia que deben ser contemplados como lógicos, ha llegado casi generalizadamente a la conclusión de que la reforma del Estado resulta inevitable si se pretende que el país despegue. De que es y será dolorosa, no pueden caber dudas. Pero tampoco suele ser recomendable vacilar en aplicar la cirugía mayor cuando el enfermo -se trata nada menos que de la Nación- corre el serio peligro de incurrir en un mal casi incurable, la cesación de pagos. Antes de continuar, acaso sea útil recordar que los efectos de tal situación no serían precisamente benéficos y que no recaerían sobre los sectores más poderosos de la golpeada economía argentina. Por el contrario, las condiciones objetivas empeorarían notablemente, y quienes menos posibilidades tienen de afrontar un diluvio sin mojarse serían los que más necesitarían de un paraguas hasta hoy inexistente. Claro que el recientemente implementado ajuste no se caracteriza por ser un modelo de equidad y justicia. En realidad, debe aseverarse que más bien parece situarse en las antípodas de las mencionadas nociones. Pero si el Estado continúa endeudándose, la resbaladiza pendiente que se transita se tornará más pronunciada. Y al final de ella no hay otra cosa que un abismo. En el marco de ese dilema, la palabra clave continúa siendo reactivación. Aunque, ¿es posible lograrla cuando la confianza de los potenciales inversores y hasta de los ahorristas se encuentra tan deteriorada? La respuesta negativa no merece, en este caso, el beneficio de la duda. Resulta imperioso restablecer la noción de que las reglas del juego no pueden ser modificadas. Es el punto sobre el cual apoyar la palanca que permita volver a poner en movimiento ala Argentina. Y para que el recorte pierda parte del rigor que en este momento lo caracteriza, el Estado necesita ser reconvertido y, posteriormente, bien administrado. Los mismos padecimientos que afrontó a lo largo de la última década el sector privado deberán ser asumidos en el ámbito estatal. Eso se sabía, y el duro momento ha llegado. Pero en el fondo del túnel hay una luz. Resistir y avanzar acaso sea la receta.
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