| | Editorial Migración y barbarie
| Nuevos hechos vinculados estrictamente al fenómeno de la globalización e inmigración siguen acaparando la atención, sea por la conflictividad que se genera entre países como por la frialdad y deshumanización con que son tratados los contingentes de exiliados. Como ejemplo de ello, pueden citarse la odisea por la que pasaron más de 400 náufragos afganos -quienes estuvieron durante ocho días a la deriva a bordo de un carguero noruego- y el enfrentamiento desatado entre París y Londres por una ola de refugiados que intentaba cruzar el Eurotúnel desde Francia hacia Inglaterra. En ambos sucesos, quedaron claramente expuestos hasta qué extremo pueden prevalecer los intereses internos de los Estados comprometidos frente al drama de los inmigrantes. En el caso de los náufragos asiáticos, el gobierno australiano no dudó en desplegar una compleja operación para impedirles de cualquier modo pisar su territorio y así beneficiarse con su legislación. Es más, el traslado provisorio a Papúa Nueva Guinea fue tomado por el primer ministro australiano como una victoria ante los inmigrantes ilegales y las mafias que negocian con ellos. En cuanto al conflicto entre Francia e Inglaterra, resulta inconcebible que existan concepciones tan contrapuestas entre dos naciones que supieron alumbrar a la humanidad forjando principios elementales para la convivencia y el desarrollo. Londres no perdona que Francia mantenga una política indulgente con ilegales, cuyo único objetivo, al parecer, es llegar a Inglaterra, ya que dominan el inglés y existen allí grandes comunidades que los protegen. Desde luego, el problema se multiplica con el tiempo. Un informe británico revela que cada año siete millones de inmigrantes arriesgan sus vidas para ingresar a Europa y que la policía inglesa interceptó en los primeros seis meses de 2001 a 18.500 personas, tres veces más que en el 2000. Una consecuencia directa del estado de las economías más atrasadas de los países de Europa oriental, Asia y Africa, y del que no escapa América latina, en particular la Argentina, afectada doblemente por la emigración e inmigración. Hace pocos días, en unas jornadas realizadas en la ciudad, un alto funcionario de migraciones aseguraba que el 90 por ciento de la inmigración china a nuestro país "está motorizado por una mafia". Claro que una salida al problema es una tarea tan compleja como el mismo fenómeno que lo genera. No obstante, existen instancias donde es posible comenzar a unificar ideas e implementar políticas criteriosas para revertirlo, como es la Organización de Naciones Unidas. Pero para ello, los países miembros deben comprender el valor único de este foro como estrado deliberativo y ejecutivo y no desprestigiarlo como ha sucedido en la Cumbre contra el Racismo. De lo contrario, las consecuencias serán mucho trágicas para todos.
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