Año CXXXIV
 Nº 49.230
Rosario,
miércoles  05 de
septiembre de 2001
Min 7
Máx 18
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Es un efectivo de la Prefectura Naval Argentina
Condenado a prisión perpetua por el alevoso asesinato de su padre
Fue un crimen brutal: lo asfixió y golpeó, lo ató de pies y manos y lo apuñaló varias veces por la espalda

Jorge Salum

Hasta donde se sabe, Eustaquio Soto murió sin conocer la identidad de su asesino. Tal vez haya sido mejor así porque, según un reciente fallo judicial, el hombre que lo mató fue su propio hijo. Por ese crimen, Miguel Angel Soto acaba de ser condenado a prisión perpetua. Pero el fallo no es definitivo. La defensa sostiene que la autoría de Soto no está probada y que, si así fuera, no pueden condenarlo porque es inimputable. Por eso pidió que un tribunal de tres magistrados revise la sentencia y emita un nuevo fallo.
Eustaquio Soto era un hombre viejo y solitario. Vivía en la calle Regimiento 11 Nº 212. La medianoche del 7 de abril de 1998 alguien lo sorprendió dentro de su casa y lo golpeó en el cráneo. Después tapó su cabeza con tres bolsas de nylon y ató sus manos y pies por la espalda. Por último le asestó varios puntazos con un puñal que pertenecía a la víctima.
No murió en el acto. Cuando llegó una ambulancia todavía pudo pronunciar algunas palabras. "Me atacaron por la espalda y no reconocí a nadie", dijo.
Quien había llamado a la policía fue Miguel Angel Soto, un empleado de la Prefectura Naval Argentina con años de antigüedad en esa fuerza. Fue él quien indicó a los detectives cómo ingresar a la casa ya que la puerta del frente estaba cerrada con llave.

La investigación
El escenario que encontraron los policías era una habitación algo desordenada. Soto agonizando en el suelo, cerca de la puerta de entrada. Junto a la heladera hallaron una maza y en una alacena había un puñal de unos 25 centímetros guardado en su funda.
Los investigadores no tardaron en dirigir sus sospechas hacia el hijo de la víctima. A todos llamó la atención un dato: fue él quien les indicó cómo ingresar a la casa, que parecía infranqueable. Soto, en cambio, argumentó que su padre ya había sido atacado semanas antes y sugirió que fue víctima de un intento de robo. "Los ladrones siempre buscan mis uniformes de Prefectura", dijo. Además, sostuvo que la noche que mataron a su padre le robaron 150 proyectiles de su Browning 9 milímetros y varios de esos uniformes.
Tres días después del episodio, los detectives interrogaron a Soto como testigo y éste confesó el crimen. "Le puse unas bolsas en la cabeza y él cayó al suelo. Ahí me volví loco, agarré algo y le pegué en la cabeza. Después agarré un cuchillo y le empecé a dar no sé dónde", contó. Luego trabó las puertas desde adentro y escapó por el mismo lugar por donde haría entrar a los policías. Una vez afuera se puso a golpear la puerta y a llamar al padre. Al rato llegó la policía. "Ahí me di cuenta de lo que había hecho", confió.
Tiempo después cambió su declaración. "Me siento un poco culpable de lo que pasó porque si yo hubiera estado conviviendo con él esto no hubiera ocurrido", arrancó. Y luego agregó una extraña versión: dijo que los policías le habían propuesto que confesara para "tenderle una trampa" al verdadero homicida. "Yo no lo maté", declaró.
Su abogado defensor pidió entonces que lo declararan inimputable. El pedido se basó en la propia declaración de Soto acerca de la confusión que sufrió el día del hecho. Pero el planteo no tuvo éxito porque los médicos forenses dijeron que era perfectamente consciente de sus actos.
La defensa siguió alegando que la única contra Soto era una confesión arrancada bajo presión psicológica. Pero entonces sucedió algo imprevisto: un testigo aseguró que escuchó la confesión a pedido de los policías, y dijo que la declaración de Soto fue espontánea. "Dijo que mató al padre porque se le vino a la cabeza que cuando era chico le pegaba a la madre", recordó el testigo. Y añadió: "El no se acordaba cuántas veces lo había clavado en la espalda. Yo me dije: este tipo está loco, porque estaba muy tranquilo".
En el fallo, el juez de Sentencia Nº 6, Alberto González Rímini, descartó que la confesión se produjera bajo presión policial y desechó la posibilidad de que Soto (de 48 años) fuera inimputable. Por eso lo condenó por homicidio doblemente calificado, por el vínculo y por la alevosía. Y lo sentenció a prisión perpetua, que equivale a 25 años.
Pero esto fue apelado y el fallo definitivo se conocerá en algunas semanas.



El lugar donde se produjo el asesinato, en Regimiento 11 al 200.
Ampliar Foto
Notas relacionadas
Nudos
Diario La Capital todos los derechos reservados