| | El cazador oculto: El fervor de los fans de la ópera
| Ricardo Luque
¡Sorpresa! Opera no es sólo la marca de unas deliciosas obleas rellenas con crema. Es, además, un prestigioso género escénico, que combina actuaciones y música y que, aunque usted no lo crea, alguna vez fue popular. De eso hace ya un largo tiempo, mal que les pese a los nostálgicos que atesoran en sus discotecas los vinilos que evocan las músicas que animaron las galas de esas épocas doradas. Entre ellos, claro está, hay un puñado de rosarinos, que se emocionan hasta las lágrimas cuando escuchan en la radio cómo Luiggi Novaresio "descansa" del bombardeo informativo con un aria de Puccini. Silvio Mario Valli es uno de ellos, al igual que su inefable Outsider de la Placita del Che. Una interpretación sentida de "La traviata" de Verdi puede hacerlos entrar en trance extático. Lo mismo le pasa a Nora Nicotera, quien cuando programa "I pagliacci" de Leoncavallo en Radio Clásica tiembla como una hoja al viento, y a India Tuero, quien cuando escucha la voz varonil de José Cura se emociona locamente. El público de la lírica es así, apasionado, como los hinchas de fútbol o las fans de Sandro. Sus discusiones son memorables, eruditas, pero sangrientas. Quién no recuerda el debate que se suscitó entre los amantes de la ópera cuando Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras decidieron cantar en escenarios al aire libre. Fue un escándalo, digno del fervor con que los seguidores del género disfrutan del arte. Los amantes de la ópera no saben de tibiezas, ni medias tintas, su compromiso es a todo o nada. Son, permítaseme la licencia, los barrabravas de la música seria. Por eso, y por ningún otro motivo, Rosario tiene una compañía estable dedicada al género. A sus mentores se les metió en la cabeza hacerlo y lo hicieron. Su entusiasmo es contagioso. Si no fuera así jamás se hubiera puesto en escena, más no sea en una versión de cámara, la obra "Dido y Eneas", de Henry Purcell. Ni Walter Pangia, Jorge Del Río y Francisco Fragapane se hubieran atrevido a emular a Los Tres Tenores. Sólo un exceso de confianza puede haberlos movido a hacerlo. Nada más.
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