Roberto Pettacci
Los cañones del acorazado alemán Schleswig-Holstein bombardearon el arsenal de la marina polaca de la ciudad de Dantzing en la madrugada del 1 de setiembre de 1939, lo que dio inicio a la invasión de Polonia, y aunque sin una declaración formal, fue el inicio de la segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, a las 4.45, unas 53 divisiones del ejército nazi cruzaron la frontera de Polonia al mando del general Walter von Brauchitsch, entre las que contaban cuatro divisiones motorizadas y otras cuatro con carros de asalto. El accionar terrestre del ejército, junto con la marina, estuvo acompañado con el impresionante despliegue de la aviación del Reich, la Luftwaffe, que destruyó los hangares y casi la totalidad de los cazas polacos que no pudieron despegar ante la rapidez y efectividad del ataque. Apenas conocida la noticia de la invasión nazi, Gran Bretaña y Francia movilizaron a todos los efectivos y afirmaron que mantendrían sus compromisos con Polonia, lo cual indicaba que Londres y París le declararían la guerra a Alemania. La arrolladora conquista del ejército alemán y ante el visible poderío bélico de las tropas de Adolf Hitler, el secretario general del ministerio de Asuntos Exteriores francés Alexis Saint Leger dijo "resulta dudoso y es lo menos que se puede decir, que Francia y Gran Bretaña puedan ganar la guerra contra Alemania". El funcionario francés agregó: "Sin embargo, hay que combatir, porque nuestra suerte sería probablemente mucho peor si dejáramos destruir Polonia". Todo pareció indicar que antes de iniciar el ejército nazi su "guerra relámpago" (blitzkrieg) contra Polonia, el gobierno de Hitler se aseguró contar con el visto bueno de los soviéticos, quienes nunca habían ocultado su interés estratégico por la región oriental polaca. El pacto de no agresión germanosoviético, firmado por Molotov y Von Ribbentrop, dejó el campo de acción libre a Hitler, quien desoyó los llamamientos a la paz europea formulados por el presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, el Papa Pío XII y el rey de Bélgica, Leopoldo III, entre otros. La guerra había estallado en Europa, y no llegó en forma súbita e inesperada. Hitler consumó de esta manera lo que había planeado, ya que su política previa se basó en hechos consumados y gran agresividad. Una semana después en un discurso ante el Reichstag, Hitler expuso el balance de la conquista de Polonia y anunció la instauración de "un nuevo orden en el Este y el Sudeste de Europa". El tirano nazi postuló una reorganización territorial en Polonia, que incluyó el traslado forzoso de gran número de hombres, mujeres y niños, para que las fronteras interiores coincidieran con las de las distintas etnias que componían la población polaca de esa época. Unas de las directivas más contundentes del dictador nazi hacia sus tropas de ocupación fueron la de "germanización" de todo el país, y la eliminación de los judíos.
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