| | Editorial Víctimas de las víctimas
| Cada vez resulta más notorio en la Argentina actual que la crisis golpea a todos. Con excepción de capas minoritarias visiblemente privilegiadas, la dureza de la situación hace mella en cada uno de los sectores, sobre todo, últimamente, en aquellos que dependen de la gestión del Estado. Y si bien debe cuestionarse el criterio que se aplicó a la hora de realizar el último (y severo) ajuste, difícilmente pueda ponerse en tela de juicio la acuciante necesidad de efectuarlo. La reflexión se relaciona con el difícil momento que están atravesando los docentes y empleados de la Universidad Nacional de Rosario, y con la modalidad por la que han optado a fin de exteriorizar su comprensible protesta: simplemente, paralizar por completo las actividades, poniendo así en riesgo la mera continuidad y cumplimiento final del ciclo lectivo del presente año. Y así se produce un hecho, cuanto menos, paradójico: aparecen, súbitamente, las víctimas de las víctimas. Se alude, como resulta obvio, a los alumnos, tanto los del nivel secundario como aquellos que ya cursan el terciario. Ellos asisten perplejos a la impensada mutilación de su futuro. Ellos descubren de pronto que no son parte integrante del equipo que toma las decisiones que atañen a un aspecto clave de sus vidas. Y así, se ven obligados a exhibir "solidaridad" con los innegablemente afectados integrantes de la plantilla laboral de la UNR. Porque nadie, por cierto, les preguntó nada. Sin dudas, un comportamiento autoritario. Y no se discute la legitimidad de los reclamos. Pero sí es posible asegurar, sin temor a incurrir en errores, que la manera elegida para ejercer presión es simplemente perjudicar a terceros inocentes. Y lo peor es que se lo hizo sin ninguna consulta previa. La airada reacción de padres de alumnos del Instituto Politécnico y el Colegio Superior de Comercio tenía fundamentos: en el marco de una sociedad ya demasiado fragmentada, la actitud de la Coad da un nuevo ejemplo de sectarismo. Y lo que se necesita, en este duro momento, es exactamente todo lo contrario: se trata, más que nunca, de armonizar, consensuar y buscar acuerdos sobre los cuales crecer a partir del diálogo. Porque -se insiste- no son los motivos de la protesta los cuestionados, sino el arma que se empuñó para dar la batalla. Es que convierte a las víctimas en victimarios; y las despoja, por ende, del sustrato ético que alimenta su lucha.
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|