Ni los peores, ni los mejores, pero tal vez un poco de ambos. Argentina enfrenta no pocos problemas y el sector agropecuario no es justamente la excepción.
El presidente se queja de los subsidios internacionales, los tamberos rezongan por los precios de la leche, los ganaderos por la aftosa, los semilleros por las bolsas blancas, los productores de cerdos por las importaciones y así sucesivamente. Todo contra todo y contra todos.
Pero en más de un caso, es poco lo que hace cada parte por sí misma o por mejorar la situación reclamando a quién y donde corresponde, o participando más activamente.
Aunque no nos gusten, los ejemplos abundan. La escasa o nula participación de los productores en el mercado de granos para garantizar la transparencia de los precios es un caso.
En el sector de lácteos, no se puede olvidar que la primera o segunda usina del país es una cooperativa que, se supone, es de los propios productores. Es decir, que ellos estarían determinando sus precios.
Respecto de la aftosa, según se dijo, ingresó de contrabando -o no- desde países limítrofes por compras de los ganaderos locales. En todo caso, más de un productor estaba al tanto de estos movimientos de hacienda, en varios casos irregulares, sin controles fiscales, ni sanitarios, ni nada.
Falta de previsión
¿No es cierto que en la época de las "vacas gordas" muchos compraron equipos y maquinaria endeudándose, sobredimensionándose en más de un caso, como si los niveles de precios de entonces fueran a ser eternos?
¿No es verdad que aún hoy muchísimos siguen vendiendo prácticamente de palabra, sin tomar los recaudos necesarios sobre la solvencia de sus compradores?
Lo mismo se podría decir de la aparente falta de interés sobre lograr instrumentos que los favorezcan como leyes tan fundamentales a la luz de la realidad de hoy, como la de un seguro agrícola o la actualización de la de emergencia agropecuaria que, aunque en la realidad constituye un salvavidas de plomo para los productores, hasta ahora se resistió cualquier cambio.
Un caso más llamativo aún es el de la ley que crea el fondo de promoción de la carne vacuna, que se remonta a 1996 y todavía está pendiente, mientras que faltan recursos para controlar la aftosa.
Los deberes oficiales
Pero desde el lado oficial tampoco la cosa cambia demasiado. En general, y más allá del voluntarismo de algún funcionario, en los más altos niveles del gobierno se insiste en hablar sólo de los subsidios agrícolas internacionales -sobre los que obviamente hay que seguir insistiendo- como si estos fueran la única causa de pesar en sector agroindustrial argentino.
Mientras tanto, el precio del gasoil, insumo esencial del campo, sigue en precios exagerados para la mayoría de los planteos productivos. Ni hablar del nivel de las tasas de interés bancarias o comerciales, directamente incompatibles con la producción mientras que las idas y vueltas en materia de medidas económicas (desde las más trascendentes hasta las meramente operativas) ahuyentaron a los inversores por su inestabilidad.
Algo similar se puede decir de la presión impositiva.
Una serie de incongruencias
Seriamente ¿alguien puede creer que algún plan de competitividad como cualquiera de los anunciados oficialmente puede hacer el milagro de neutralizar el efecto de los factores anteriores?
Hay demasiadas cosas difíciles de entender, como el hecho de que se sostenga el rol trascendente de las exportaciones -que es real- y, simultáneamente se desactive el Programa de Promoción de Exportaciones (Promex), se le saquen totalmente los recursos a la Fundación Exportar, etcétera.
Pero igualmente llamativo es que se escuchen pocas voces reclamando por estos hechos, o proponiendo alternativas a estas cuestiones.
Por eso, "ni los mejores ni los peores" y seguramente bastante de ambos, aunque sin duda, se deberá mirar mucho para adentro, para corregir los propios errores y desinterés pues, no todo lo que está ocurriendo es el resultado de una "conspiración" externa.