Intérpretes: Nicolás Duvauchelle, Yann Tregouet, Jean-Jerome Esposito y Martial Bezot. Guión: Erick Zonca y Virginie Wagon. Dirección: Erick Zonca. Duración: 65 minutos. Género: drama. Cal: 3 estrellas. La marginalidad es el eje narrativo de "El pequeño ladrón", el último filme de Erick Zonca. El director, de quien se conoció en la Argentina "La vida soñada de los angeles", película con la que participó en el Festival de Cannes de 1998, vuelve con este filme a enfocar su interés sobre la carencia de expectativas en una amplia franja de excluídos. En ambos filmes los personajes tienen el denominador común de la disconformidad con la realidad que les toca vivir. En el primer trabajo eran dos mujeres que intentaban por distintos medios sobrellevar su condición. En "El pequeño ladrón" mantuvo la marginalidad como tema, pero eligió un estilo narrativo distante, escasamente comprometido con los sentimientos de los personajes. Ambas obras se proponen como un ejercicio de reflexión sobre un mismo tema, pero abordado desde distintos puntos de vista. Esto hace que las historias, más allá de su parentesco, resulten abismalmente diferentes. El compromiso que aparecía en la "La vida soñada de los ángeles" se transformó en "El pequeño ladrón" en distanciamiento, lo que le da al filme el aspecto de un documental. El extrañamiento ante las imágenes violentas tiene un correlato en la factura del filme, que se construye con abruptos cortes de las escenas. El resultado es preciso: no hay identificación posible entre el espectador y los personajes, pero es inevitable reconocerlos cercanos y reales. El protagonista es un niño, a quien se identifica como S., una letra anónima. La designación de ese nombre tampoco es una elección arbitraria. El anonimato es también un signo que identifica a una historia que en este caso transcurre en Marsella, destino privilegiado de la costa francesa, pero que puede ocurrir en cualquier parte. S. es un chico que vive en el sur de Francia, un lugar desde el cual emprende la búsqueda de identidad y mejor vida. Allí tiene un frustrante empleo como empleado de una panadería. S. entiende que debe haber algo mejor que hacer en la vida que amasar, estibar y hornear. Después de robarle el sueldo a una compañera de trabajo escapa a Marsella con la idea de convertirse en el jefe de una banda de asaltantes. Lentamente comprende que el trabajo no es fácil y comienza a dudar cuando comprueba los magros logros de su nuevo oficio. Las comparaciones son inevitables. Las cosas no se modificaron demasiado: la misma humillación, falta de dinero y exclusión social. Por el contrario, además experimentó alternativas más desagradables que las que podría haber imaginado.
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