| | Editorial Plazas en problemas
| En la compleja y muchas veces asfixiante trama de una gran ciudad -como ya lo es, sin dudas, Rosario- las plazas juegan el rol de un irreemplazable oasis. Es que en ellas la gente encuentra verdor, silencio, un auténtico remanso de paz en medio del caos urbano. Y, sobre todo, los niños las disfrutan (y las necesitan) más que nadie. Allí juegan, corretean, se explayan en casi absoluta libertad y escapan de los muchas veces reducidos espacios en los cuales habitan. Por esa razón, preocupan los datos vertidos en una nota publicada por este diario en su edición de anteayer, titulada "Las plazas de los barrios acusan dejadez y falta de mantenimiento". La información expuesta allí radiografía con precisión no sólo las características de toda una ciudad sino, acaso, el modo de pensarla que tiene su gobierno. Ocurre que, tal como se aseguraba en el informe, no son las plazas del centro las que sufren de inconvenientes: son aquellas situadas en los barrios las que padecen de "hamacas rotas, subibajas desvencijados, areneros raquíticos y abundante suciedad". Ese es el ámbito en el cual los chicos van a jugar, con riesgo incluso para su físico. Porque la inseguridad es un hecho concreto. Los juegos rotos pueden terminar en una caída, con las lógicas consecuencias negativas del caso. Sin embargo, este es el momento indicado para evadir la coordenada principal sobre la que se realiza este análisis, centrado en la negligencia municipal a la hora de mantener en las condiciones adecuadas a estos espacios, tan importantes para el bienestar de numerosos rosarinos. Es que las plazas no se deterioran sólo por la inevitable acción del tiempo o de los fenómenos naturales: la principal responsable de la situación (y resulta triste escribirlo) no es otra que la gente. Como elemental prueba puede verse la alfombra de basura que suele tapizar estos lugares destinados al sano esparcimiento de los ciudadanos. ¿Quién, sino en muchos casos aquellos mismos que viven en sus inmediaciones, ha arrojado allí los desperdicios? Claro que la aparentemente irresoluble ineptitud que poseen tantos para convivir en comunidad no puede ser un motivo suficiente para justificar el triste estado de esas plazas. Allí habrá que invertir tiempo, esfuerzo y recursos, y transformar el panorama nuevamente en vivible. Haciendo hincapié, además, en cuidarlo, y educando para ello. Por el bien de todos.
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