Por más que el almanaque que habitualmente usamos se encargue de remarcarnos día tras día que el 2000 ya es historia y que el siglo XXI está con nosotros, existen todavía muchas creencias a las que el tiempo no hizo mella, por ejemplo la que siguen profesando los habitantes de los pueblos andinos del noroeste argentino que, durante nuestro mes de agosto, rinden un tributo a la madre tierra, la Pachamama.
Se trata de fiestas religiosas donde la gente pide a la tierra tener un buen año, esto es, una buena cosecha. En agosto se inicia la siembra y cada familia, íntimamente, cava una agujero en su casa y en él, simbólicamente, le da de comer a la tierra. Mientras cada integrante realiza su ofrecimiento arrojando al pozo coca, maíz, cigarrillos o chicha, va pidiendo cosas a la Pachamama. Todos tienen que ser buenos deseos.
Esta es una fiesta pobre, de ahí que se realice en la intimidad de cada hogar. No se participa a los vecinos porque sucede cuando se inicia la actividad en el campo y por ende no hay riquezas.
Ocurre todo lo contrario con el carnaval, que se celebra a fines de febrero y principios de marzo, cuarenta días antes de la Cuaresma, cuando ya terminó la actividad de las cosechas en los campos y se le rinde homenaje a la tierra agradeciendo los productos que brindó.
Humahuaca es uno de los lugares donde este rito todavía cala muy hondo y donde a cada metro se puede percibir esa rara mezcla de devoción y tradición. Es una ciudad muy pintoresca, típicamente norteña, que no tiene una fecha cierta de fundación y que desde hace trescientos años constituye una comunidad mixta, con predominio de aborígenes, de allí que sus construcciones mantengan las viejas estructuras.
La agricultura es la actividad principal. Producen todo de manera orgánica y casi todos abonan los cultivos con bosta de oveja. No usan matayuyos ni plaguicidas.
En Humahuaca, la mayoría de los indígenas son descendientes de Queros. Parte de su cultura se puede apreciar a través de los petroglifos, una serie de dibujos hechos en lugares donde se practicaban los ritos religiosos. Los sitios más accesibles para visitar este arte rupestre son el Cerro Negro, Sapagua e Inca Cueva.
Enmarcados en el típico paisaje quebradeño, tanto Humahuaca como los pequeños pueblos vecinos mantienen vivas la cultura y las tradiciones de sus ancestros. En calles de piedra o tierra, en casas de adobe con techos de torta de barro y profesando su fe en antiguas iglesias, se desenvuelve la vida de los lugareños. La orografía del lugar permite no sólo disfrutar de esa simbiosis observador-naturaleza-costumbres, sino que además ofrece a los turistas una alternativa para descansar que rompe con los esquemas tradicionales.
Yavi y su pasado colonial
Al norte de Humahuaca, y a tan sólo 17 kilómetros de La Quiaca, atravesando el cordón de los Ocho Hermanos, en una depresión entre las montañas de la Puna se encuentra Yavi, una pequeña y pintoresca población de apenas 200 habitantes.
Ingresar al pueblo es como meterse en una película. En sus calles recortadas y marrones reina un profundo silencio, una quietud que pareciera de otro mundo.
Su presente no condice con el pasado de gloria que llegó a tener su mayor expresión en la época colonial, cuando esta localidad puneña gozó de un apogeo comercial. Cuando se estableció el camino de carretas al Alto Perú, en la época colonial, se instalaron una serie de puestos de reabastecimiento a lo largo del camino, y Yavi era el último pueblo en la zona con vegetación, de ahí la importancia que adquirió. La Quiaca no existía.
Cuenta la historia que un puestero de apellido Campero tuvo un gran crecimiento comercial, al punto de que en un determinado momento le exigió a la Corona española un título nobiliario para tratar de igual a igual con la realeza. Debido al poderío que tenía en la región le otorgaron el título de marqués, distinción de la que gozaron él y su descendencia.
Fue el único título nobiliario entregado a un criollo. Hubo tres generaciones de marqueses y sus dominios incluyeron gran parte del noroeste argentino e incluso del sur de Bolivia. No obstante la magnitud de sus dominios, a la residencia la siguieron manteniendo en Yavi, donde construyeron una fastuosa casa en la que ahora funcionan un museo y una biblioteca muy antigua.
La decadencia llegó con el progreso, cuando se empezó a hacer el camino para vehículos, la actual ruta 9. El trazado del ferrocarril, paralelo a la ruta, le dio el golpe de gracia al pueblo que aún conserva en estado ruinoso la mayoría de las casas de la época. Pese a las secuelas que dejó el paso del tiempo, aún se encuentran bien conservadas la casa del marqués, la iglesia (que data de 1680) y las innumerables construcciones ocres que ya son parte indisoluble de la vida en esta ciudad, donde las añoranzas del pasado van de la mano con la carencia.