Si tuviera que elegir un lugar en el mundo, sin dudas ese lugar sería Praga, capital de la República Checa, mezcla de arquitectura exquisita y de un espíritu mágico. El encanto de esta ciudad se puede apreciar al caer el sol. Entonces Praga, ciudad encantada como la de los cuentos, comienza a hacerse realidad. La plaza principal, con su fabuloso reloj astronómico, a cada hora reúne a miles de turistas para ver el espectáculo. A lo largo del río Moldava, que atraviesa y divide la ciudad, se extienden los puentes que lo cruzan. Uno de ellos, no se puede dejar de destacar. Se trata del puente de Carlos IV, conocido por su belleza y las numerosas esculturas que lo cubren, a la vez que ofrece una vista encantada de ambas orillas de la ciudad. No puedo dejar de nombrar la "calle del oro", lugar llamado así porque aquí vivían los alquimistas que fabricaban el metal precioso para el rey. Además en medio de esa callecita preciosa, se encuentra la casa de Franz Kafka. Dignas de admiración son también las hermosísimas iglesias y entre ellas las dos dedicadas a San Nicolás. Capítulo aparte merece el Niño Jesús de Praga, una pequeña estatuilla que inspira gran ternura. Como todas las ciudades europeas, se observan en Praga las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, no en su arquitectura, a raíz de un pacto que evitó el bombardeo sobre la ciudad, pero sí sobre la comunidad judía. Esto se refleja en los miles de nombres fallecidos en los campos de concentración que cubren las paredes de una sinagoga. Praga es una ciudad para disfrutarala caminando, y si es posible perderse en esas callejuelas de donde uno nunca quisiera salir. María Cristina Parigini
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