| | cartas No bajen los brazos
| Esta historia comienza cuando a mi papá lo internaron para efectuarle una operación impostergable en el Hospital Provincial. Mi familia, de extracción social perteneciente a clase media en descenso, estuvo siempre atendida médicamente por obras sociales. Así que solamente conocíamos "de afuera" las penurias de los hospitales públicos. A mi papá lo internan el jueves 18 de mayo (después de una espera de seis horas para que se desocupara alguna cama). El tenía turno para operarse el viernes 19 de mayo, a las 8.30. Con todo listo (todos los exámenes realizados, la sangre donada y llevando en la piel los miedos y angustias que el acontecimiento requiere) nos informan a las 9.30 que no lo podían operar, a causa de que el quirófano se había ocupado con una urgencia. Acto seguido cargamos nuestra angustia junto a los bolsos, las sábanas, las almohadas, las frazadas (porque como estos elementos no alcanzan para todos los internados, el que puede debe llevárselos) y nos fuimos a casa. Siento indignación e impotencia por tanta gente que vi sufrir en el hospital. Los vi temblar de frío esperando en algún banco, perseguir a la burocracia que nunca se alcanza porque no tiene cabeza y esperar, esperar. Además vi como mi papá, al igual que muchos otros, tuvo que soportar, a causa de que el mecanismo para elevar y bajar su cama no funcionaba, fuertes dolores para sentarse e incorporarse. Y las pocas camas cuyo mecanismo funcionaban no disponían de la sencilla manivela para poder elevarse. Además el dispensador de oxígeno no funcionaba, entre tantas cosas más. Pese a todo esto, quiero destacar y rendir un homenaje al equipo humano que hay en el Hospital Provincial. A todos ellos muchas gracias y no bajen los brazos, continúen trabajando a pesar de la escasez de elementos para poder cumplir con la tarea emprendida. Silvia Estela Domínguez
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