Año CXXXIV
 Nº 49.219
Rosario,
sábado  25 de
agosto de 2001
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Reflexiones
Una contradicción en los términos

Juan José Millas (*)

"Me cuesta llegar a mi nivel", ha dicho Zidane con gesto de preocupación ante la prensa. La frase, en sus labios, parecía un ejercicio de modestia. Y lo era: trataba de pedir disculpas, pero ¿se imaginan ustedes esa frase en boca de un pintor, de un músico, de un poeta? Resultaría petulante en lugar de estremecedora. Un poeta jamás intenta estar a su nivel, sino al de Dante; un músico, al de Mozart; un pintor, al de Picasso, y así sucesivamente. Claro que no sabemos de ningún poeta que haya sido fichado por 12.000 millones de pesetas. Cuando alguien te paga esa cantidad, se supone que lo hace para que seas tú y no para que seas Mozart. Sería absurdo gastarse 10.000 millones en Figo para que compusiera una misa de réquiem al Real Madrid.
Me cuesta llegar a mi nivel. Eso sólo puede decirlo alguien que está absolutamente satisfecho de su nivel y que tiene la humildad necesaria para reconocerlo. Pero si se trata de una afirmación inquietante, es sobre todo porque incluye la posibilidad de que Zidane haya perdido su talento justo cuando había logrado venderlo al precio más alto. ¿Cómo sería un Zidane sin talento? ¿Cómo sería un Cervantes sin talento? ¿Y un Verlaine sin talento? Conocí a un tipo que tenía un talento enorme para la bebida, por lo que era reclamado para que hiciera de borracho en casi todas las fiestas. Su fama creció y creció hasta que un día fue invitado a esa fiesta que le colocaba socialmente en el lugar al que siempre había aspirado. Pero no estuvo a su altura. No estuvo a su altura ese día ni ninguno de los siguientes. Durante un tiempo lo siguieron llamando por pura inercia, pero daba lástima verle emborracharse como un bebedor de tercera.
¿Cómo era aquel hombre sin talento? Poca cosa. Yo lo conocí entonces, cuando intentaba con desesperación llegar a su nivel. A la tercera copa empezaba a observarse a sí mismo dentro de su cabeza, recordando sus actuaciones alcohólicas más celebradas con la intención de repetirlas, pero resultaba patético. Cuando lo llevabas a casa, se volvía, como un boxeador que despertara del KO, y preguntaba si había ido todo bien. Quizá debería haberse retirado el mismo día de alcanzar la cumbre. Algunas personas tienen el coraje de hacerlo. ¿Pero puede un alcohólico dejar de beber cuando le abandona el talento?
"Me cuesta llegar a mi nivel", dijo Zidane con ese gesto de pudor que le caracteriza, y a mí, que no me interesa el fútbol, se me pusieron los pelos de punta. Cabría suponer que a uno le cuesta alcanzar el nivel de su padre, de su vecino, de su competidor, de su maestro, pero jamás el propio. No obstante, si los meses hablaran, quizá este agosto del año 2001 dijera que le cuesta llegar a su nivel. Esperamos de agosto que sea un poco banal. Apreciamos en él que no tenga la seriedad académica de octubre, ni el rigor funerario de noviembre, ni las expectativas existenciales de marzo. Le pedimos que sea ligero, fútil. Hasta las universidades de verano transmiten un aire de frivolidad que a nadie extraña. Parece que hay una contradicción interna en la expresión diversidad de verano, como cuando decimos vacaciones de invierno.
Aunque para contradicción en los términos, Dios mío, la de esa otra expresión: juguete bomba. ¿Cómo es posible conciliar dos términos antagónicos de ese calibre? Cuando esta mezcla explosiva de palabras, que ha arrancado los ojos a un bebé y ha matado a su abuela, nos estalló en el rostro al abrir el periódico, agosto comenzó a cerrarse por defunción, gimiendo como las bisagras de un ataúd. Agosto no había estado a su altura, pues, qué le vamos a hacer. Ahora, para que nuestra perplejidad esté al menos a la altura de las circunstancias, imaginemos el gesto de ese individuo que pretendiendo alcanzar la cumbre del pensamiento terrorista (otra contradicción en los términos) desarmaba un juguete e introducía en él con emoción una caja de pólvora prensada. Ese sujeto ha llegado a lo más alto que puede llegar un fanático. Quizá haya estado por fin a su nivel. Enhorabuena. Ojalá que ahora sienta los remordimientos de quienes al conseguir lo que más deseaban comienzan a declinar. Deseamos a ese genio del terror, capaz de conciliar sustantivos incompatibles como juguete y bomba, que los ojos de Jokin, convertidos ya en dos agujeros de pánico, no dejen de mirarle el resto de su vida.
(*) De El País de Madrid


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