 |  | Reflexiones Visión de futuro
 | Juan José Millas (*)
Aznar hizo lo que tenía que hacer cuando prohibió la existencia de la inmigración. Si la inmigración se resiste, la culpa es de ella, no del gobierno. De todos modos, los sin papeles deberían saber que el desconocimiento de las leyes no exime de su cumplimiento, y que lo lógico es que se volatilizaran. -¿Pero usted por qué existe sin autorización? Porque no lo puedo evitar, es mi carácter. Y como decimos una cosa decimos la otra, pues si bien es cierto que el Tercer Mundo debería quedarse en su sitio y no incordiar, no lo es menos que las autoridades deberían tener más reflejos. Pero es que hasta ahora Aznar decía: "Hágase la luz", y la luz se hacía; "desvíense los ríos", y los ríos se desviaban; "privatícese el Estado y créese en el río revuelto consecuente un grupo mediático adicto a mi persona", y se privatizaba el Estado, etcétera; "glorifíquese al funcionario público que prevarique a mi favor", y se glorificaba al funcionario público que prevaricaba a su favor. Aznar estaba muy mal acostumbrado, en fin, de modo que un día dijo: "Cese con mi ley de Extranjería el efecto llamada", y el efecto llamada arreció. Comprendemos el desconcierto de Aznar; ahora bien, pasados los primeros instantes, y al ver que la Tierra continuaba rotando ajena a sus órdenes, debería haber hecho algo. Pues no, se ha plantado en esa posición infantil de a ver quién puede más, si las leyes inmutables del universo o yo, de manera que cuando la realidad empezó a salirse de madre, el gobierno ni estaba ni se le esperaba. Menos mal que funcionan las organizaciones civiles y la iniciativa privada, porque el Ejecutivo ha sido víctima del estupor. Quizá esta inoperancia se deba al hecho de que aún no saben a qué ministerio corresponde actuar. Ni siquiera sabemos si se trata de un problema teológico (se ha desobedecido un mandato divino) o sociológico (la gente huye del hambre). Quizá tenga un componente de ambos. Aprovechemos, pues, esta fe en el Estado expresada por un servidor del mismo que no creía en él, y a ver si al gobierno se le ocurre algo para resolver el problema de la inmigración, que no va a cesar, como no va a cesar la rotación de la Tierra. Ignoramos si tienen ya alguna idea, pero sugeriríamos a los consejeros de Aznar que le hagan desistir de ponerse de nuevo la túnica de Dios Padre y ordenar el cese de las pateras y de las tempestades. Por muchos poderes que tenga, ni las pateras ni las tempestades le van a hacer caso. Sea usted más humilde, presidente: que Dios creara el mundo en siete días no quiere decir que usted lo pueda deshacer en una semana. Con bastantes cosas ha acabado en legislatura y media. Siempre se podía haber hecho más, es cierto, pero dónde encontrar al por mayor colaboradores tan letales como los Fernández-Miranda o los Giménez-Reyna (dos apellidos compuestos, qué casualidad). Quizá en septiembre, sí, debería remodelar el Gabinete de manera que cuando usted diga "hágase el desastre", se haga de golpe y no con este goteo desesperante de catástrofes. Había un problema, en fin, y se ha resuelto. ¿No dijo usted esta frase? ¿Y no fue a propósito de la inmigración ilegal? Qué visión de futuro. (*) De El País de Madrid
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