| | Editorial Los barrabravas
| El escándalo que comenzó hace unos días cuando este diario publicó un informe sobre las exigencias de grupos violentos a los directivos de Rosario Central aún resuena, incluso en todo el país. Lo que hizo La Capital fue poner blanco sobre negro, es decir, informar a todos sus lectores lo que en los ambientes futbolísticos ha sido siempre un secreto a voces. Siempre ocurre lo mismo en este país, más acostumbrado al "off" que al "on": no hacer público verdades conocidas por todos. Y cuando se conocen, muchos se hacen los distraídos como si no supieran de qué se está hablando. En una Argentina donde la crisis parece ser terminal, millones de personas hacen milagros para sobrevivir y alimentar a sus hijos y miles y miles de ancianos sufren recortes en sus jubilaciones, las exigencias de un grupo de violentos con antecedentes delictivos hacia los directivos de un club tienen los ingredientes de una película surrealista. Incluso, las "tarifas" -a las que este diario tuvo acceso- que los barrabravas pretenden obtener del club de "sus amores" parecen más propias del rico fútbol holandés o italiano y no del empobrecido argentino, que no puede ni pagarles el sueldo a sus jugadores. Los clubes no tienen dinero para poder mantener sus otras actividades deportivas amateurs, sociales y recreativas, pero barras que pretenden tomar por asalto las arcas de las instituciones aspiran a vivir del delito y la amenaza en lugar de una actividad lícita. Pero Central no es el único caso en la Argentina y, por eso, la publicación de La Capital fue reproducida textualmente por medios de Buenos Aires. En los pequeños y también grandes clubes porteños existen verdaderas catervas de delincuentes que amenazan a los directivos para obtener beneficios económicos con la excusa de alentar al equipo y "disciplinar" a la hinchada. Pero en este punto es imposible eludir la reponsabilidad de los directivos. Ha llegado la hora de hacer una profunda autocrítica de lo hecho durante las últimas décadas y analizar cómo y bajo el amparo de quienes estos grupos delictivos han podido nacer y desarrollarse. Porque la verdad de esta situación que hoy golpea a muchas instituciones deportivas argentinas tiene, seguramente, dos caras. La Argentina de las próximas décadas no será la misma que la actual. El Estado ha tocado fondo y de lo que se trata es de refundarlo y hacer posible un mejor país para sus habitantes. Los directivos del fútbol argentino deberían, además de dejar lugar a nuevas ideas y generaciones de dirigentes, aprehender esta nueva realidad y pensar también en producir un cambio radical, donde el delito, la coacción y la prebenda formen parte del pasado. Sólo con coraje podrá hacerse un cambio para que millones de argentinos puedan seguir disfrutando del fútbol, una de las pasiones nacionales.
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