Año CXXXIV
 Nº 49.212
Rosario,
sábado  18 de
agosto de 2001
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Veintidós años de prisión para un homicida
Condenado por asesinar a su pareja y apuñalar a la hija
Las últimas palabras de la mujer fallecida fueron decisivas para la investigación

María Laura Cicerchia

Lo último que balbuceó antes de morir asesinada Alicia Ducce, una docente de Villa Gobernador Gálvez, fue el nombre de Leandro Germán Veloso, el hombre que había sido su compañero desde hacía cuatro años y que en diciembre de 1998 la mató de una puñalada durante una discusión. Luego el homicida atacó a la hija de la mujer, una bailarina profesional: trató de violarla e intentó matarla de una cuchillada en el abdomen. Con el tiempo, el último testimonio de la mujer fallecida se convertiría en una prueba fundamental contra Veloso, que ahora resultó condenado a 22 años de prisión.
Con esa condena, la causa judicial por el crimen de Alicia Ducce llegó a su fin: la Cámara de Apelaciones en lo Penal confirmó la sentencia del juez Antonio Ramos. La defensa había apelado porque apostaba a que Duré fuera declarado inimputable.
Pero los jueces Rubén Jukic, Antonio Paolicelli y Guillermo Fierro, de la Sala IV, entendieron que Veloso logró representarse la gravedad de lo que hacía la noche del crimen.

Noche de terror
Veloso tenía entonces 22 años. Trabajaba en la planta de General Motors y desde hacía cuatro años vivía con Alicia Ducce en la casa de la mujer, de Ghirardi 1289, a media cuadra del Hospital Gamen. Ella era docente en la escuela Nº 330 de Villa Gobernador Gálvez. Tenía 41 años y dos hijas. Su marido había sido asesinado durante un robo en la ciudad de Campana.
El 11 de diciembre de 1998, llegó desde Capital Federal su hija María Evangelina Lucero, de 21 años. La joven fue a despedirse de su madre porque seis días después iba a viajar a Estados Unidos, donde realizaría un curso de perfeccionamiento por seis meses.
A la noche, la chica se estaba duchando cuando escuchó que Leandro y su madre discutían. En el medio de la pelea el muchacho le clavó a la mujer una gruesa cuchilla de cocina en la espalda. La dejó tendida en el piso, agonizante, y se dirigió al baño. Allí amenazó a la joven con un cuchillo y la trasladó hasta el dormitorio. Le ató las muñecas a la cama y trató de violarla, pero no pudo hacerlo.
Entonces le exigió dinero para comprar drogas. La joven le entregó su billetera y Veloso se fue. La chica logró desatarse, pero el agresor regresó y la apuñaló en el abdomen. Después le oprimió el cuello con el brazo hasta que cayó desmayada.
Cuando María Evangelina despertó, Veloso se había ido. La joven escuchó los quejidos de su madre, que estaba tendida en la cocina. Se quitó el cuchillo del cuerpo, se envolvió en una toalla y corrió como pudo hasta el hospital a buscar ayuda.
Al llegar la policía a la vivienda, Alicia aún vivía y alcanzó a pronunciar el nombre de Veloso cuando le preguntaron quién la había herido. Luego los jueces tomaron este testimonio como una prueba irrefutable en contra del acusado. Este, luego de escapar del lugar, logró escabullirse durante un mes, hasta que se entregó.
Desde entonces, la estrategia de la defensa apuntó a que lo declararan inimputable porque los peritos le diagnosticaron una personalidad esquizoide y de "bajísimo nivel intelectual".
Pero los jueces determinaron que el hombre comprendía la criminalidad de sus actos porque se retiró del lugar sin ser visto, comprendiendo que corría peligro. Luego se presentó en forma espontánea a la policía y, por último, los médicos policiales lo encontraron lúcido y apto para ser interrogado. Lo condenaron por homicidio, tentativa de homicidio, intento de violación y robo.



Una vecina ante el lugar donde ocurrió el drama.
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