| | Reflexiones Conservación de la juventud
| Stella Maris Brunetto
Mucho antes de la adoración de Dionisios, dios el vino y las viñas de los griegos o su equivalente romano Baco, las bebidas alcohólicas eran conocidas por pueblos de diferentes regiones por la capacidad de las plantas de fermentar. Y el exceso de ingestión, se sabe, enferma con consecuencias fatales. Tal vez por esa razón, muchas sociedades limitaron su uso a los rituales religiosos. En América del Norte, la fermentación de corteza de arce y pita y en América del Sur de maíz y mandioca procuraba, a los nativos, bebidas con un aceptable contenido etílico. Y en Oriente, el arroz o el mijo tal como la uva en Europa, eran sabrosas fuentes de alcohol. Alrededor del 1100 d.C., apareció en Europa el proceso de destilación de bebidas. Por esa época llegó al continente el alambique (del árabe: al y del griego ambicos, botella de cuello largo), probablemente inventado por los persas y que, usado en principio para la producción de esencias, permitió la fabricación de bebidas con mayor contenido alcohólico. Poco después los sabios de la Escuela de Salerno, en Italia, se ocupaban de las cualidades del aguardiente o aqua vita que los farmacéuticos producían y administraban a pacientes con diferentes enfermedades. Y el médico itinerante, Arnau de Vilanova que dictó cátedra en París y Montepellier fue el autor de un texto dedicado, en exclusividad, a detallar las bondades de ese nuevo brebaje. La obra, Conservación de la Juventud, alude a la cualidad de la bebida para atacar males como la gota, la disfonía, las enfermedades pútridas, la parálisis, los cólicos, las fiebres cuartanas, los dolores de muelas, la hidropesía y para prevenir, ingenuamente, la peste. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, el aguardiente se enseñoreó de toda Europa con sus variantes: el orujo, el calvados, el whisky, la ginebra, el gin, el vodka. Y, en un intercambio nefasto, los europeos los llevaron a América de donde trajeron el ron antillano derivado del azúcar. Con sus aguardientes promovieron la sumisión de los nativos en otra estrategia de dominación colonial del mismo modo que la suministraban a las tropas para aumentar su valor, según testimonios de los partes de batalla. La popularidad de las bebidas destiladas habría de darle razón a taberneros, comerciantes y vinagreros que defendieron su derecho a la elaboración y venta cuando un decreto de Luis XII quitó a los boticarios el control del aguardiente secularizando la bebida y generando múltiples disputas por entre diferentes gremios. Y que su consumo excesivo puede ser fatal, podría sostenerse al conocer el triste fin de Carlos el Malo quien, muy enfermo, fue sometido a una cura consistente en envolver su cuerpo en una sábana con sus lados cosidos a manera de funda empapada en aguardiente. El descuido de un sirviente que acercó la llama de la vela al género, terminó con la enfermedad y también con la vida del enfermo.
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