Sergio Roulier
La alicaída clase media desarrolla sus propios antídotos para combatir la crisis que la afecta. Y encontró en el trueque una herramienta para responder a sus necesidades insatisfechas. En Rosario, existe un club de canje destinado a esa franja de la población y que se diferencia del resto. Se trata de un nodo con sus propias reglas: sólo se aceptan para trocar ropas nuevas, comestibles elaborados bajo normas oficiales y servicios de técnicos con matrícula o currículum que acredite su experiencia, entre otras ofertas. Los socios cuentan con prestaciones médicas y sociales, y deben pagar una entrada de un peso más un crédito. La experiencia, según dicen, surgió de la gente que no encontraba en los otros clubes la calidad y variedad de bienes y servicios demandados. Hoy funciona en un local de la zona oeste, y se piensa abrir otra sede en el centro. Para no ser tildados de sectarios, los organizadores del denominado "grupo por la recuperación y ayuda de la clase media" aclararon que el proyecto es abierto, siempre y cuando se respete el reglamento interno. De lo contrario, insisten, los que no ingresan pueden ir a los otros clubes que funcionan en la ciudad. Existen 239 ferias de trueque que reúnen a unas 34 mil personas entre las dos redes que hay en Rosario y la región. El fenómeno del canje de bienes y servicios mediante créditos comenzó hace dos años en la zona y se propagó tanto como los efectos de la crisis y el desempleo. Con el canje, muchos encontraron una forma para subsistir, otros para ayudar a la economía familiar. Según dirigentes vecinales, se trata de un mecanismo más de contención social para los sectores más desprotegidos. Pero hubo gente que se autoexcluyó de los clubes debido al nivel de los productos ofrecidos porque no satisfacía sus demandas y surgió esta nueva experiencia, según Adriana Divis, de la Red Global Metrópolis y coordinadora del grupo. Al nuevo club, un tanto más refinado y exclusivo que los otros, lo integran unos cien socios, entre ellos, técnicos, artesanos, profesionales y amas de casa. Son en su mayoría mujeres, aunque no faltan jefes de familias. "Abarca a un amplio sector de la sociedad con sus ingresos deteriorados y que hoy no puede hacer frente a sus necesidades de alimentación, educación, vestimenta y esparcimiento", dijo Ricardo Beltrán, miembro de la organización. Ana María Mañas es una enfermera matriculada sin empleo y que atiende en forma domiciliaria. Por diez créditos ofrece sus servicios a los grupos familiares. Para ella, "el trueque es un trabajo por el que me llevo la comida y la ropa". Y aseguró que atiende más "a la gente de clase media que a los pobres". Angela Cajal encontró allí calzado y ropa nueva. "En los otros nodos, apenas puedo llevar verduras o frutas", admitió. Pero lo más importante lo tiene para su hija discapacitada: una mutual. El club ofrece a sus socios servicios médicos y odontológicos, traslados en ambulancias, descuentos en medicamentos y cesión de uso a perpetuidad de una parcela en el cementerio de Ibarlucea. Manuel, panadero de oficio, reconoció que en el grupo se consiguen productos más baratos, ya que hay una lista de precios máximos, y de mejor calidad. A su lado, la oferta se diversifica aún más. La escritora Ana Zanello Muñoz tiene un taller de literatura y arte para chicos y gracias al trueque pudo editar una publicación con trabajos de los niños. El grupo funciona los lunes, a partir de las 15, en un tinglado muy bien arreglado, ubicado en Pedro Lino Funes 2822.
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