| | Editorial El rol de la Iglesia
| La última declaración realizada por el Episcopado argentino en relación con la magnitud de la crisis que aflige a la Nación tuvo un tono inusualmente duro. La situación actual "amenaza con derivar en una anarquía social de imprevisibles consecuencias", se afirma en el documento, que deja bien a las claras la preocupación que embarga a los obispos por el conflictivo presente. Y muy cierto es que la razón les asiste. Lo que en un principio era contemplado como un mal momento de carácter meramente coyuntural debería comenzar a ser repensado en el sentido que la Iglesia vislumbra en el texto difundido en la jornada de anteayer. Allí se califica a la crisis actual de "histórica" y se alude a "un largo proceso de deterioro en nuestra moral social", a la vez que por primera vez -y de manera ciertamente inédita- se define con inesperada crudeza la fiebre por privatizar que signó a la Argentina menemista. La toma de posición resulta bienvenida, más allá de la eventual instrumentación concreta -en forma de decisiones políticas y medidas económicas- de las intenciones que con tanta claridad se han manifestado. Y resulta bienvenida porque el peso de los dictámenes emitidos por la jerarquía eclesial es enorme, en función de la representatividad que ostenta la venerable institución en el contexto de la sociedad argentina. A la vez, de esta manera se hace bien explícita su concreta preocupación por la gente, muy lejos de áridos terrenos teóricos o de los escabrosos meandros que suele adoptar la indiferencia. Un detalle de ninguna manera menor es el explícito respaldo que se les brinda, en el marco de la crítica evaluación del momento histórico, a las instituciones de la democracia. Muy lejos, en ese aspecto, han quedado las confusiones del pasado. Esas confusiones que se mezclaron con el más cruel autoritarismo y que a tanto dolor condujeron en épocas tristes, que no deberían ser olvidadas. El país está atravesando una situación harto complicada. Y entre los valores positivos que pueden mencionarse, acaso el más importante sea que la misión de sacarlo del pantano está en las manos de aquellos que el pueblo ha elegido para gobernarlo. El optimismo, en estos casos, no sólo es necesario, sino prácticamente obligatorio. No en el sentido de contemplar la realidad desde un cristal pintado del más barato color rosa, sino con la idea de transformarlo en la palanca sobre la cual apoyarse para iniciar el movimiento hacia adelante. Los obispos han expresado, a través de su preocupación, que más que nunca acompañarán a un país que necesita de toda su fuerza espiritual para retomar el perdido camino de la grandeza.
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