Los monjes orientales tenían la costumbre de meditar junto a una humeante taza de té; los europeos se reúnen con sus amigos para saborearlo, y en esta parte del mundo, el rito familiar de madres y abuelas sigue siendo ofrecer una taza de té como remedio de todos los males. Cuando Iris Benjamín y Noemí Zlochisti comenzaron a transitar la ruta de la milenaria infusión, se proponían traer al mercado nacional tés en hebras de mucha calidad, cultivados en pequeñas plantaciones y cosechados artesanalmente.
Durante un par de años investigaron tés negros de diferentes orígenes; tés verdes con toda la frescura de sus hojas recién cosechadas, y tés saborizados con flores o frutos naturales. Y terminaron seleccionando diez negros, diez con sabor y 5 verdes, además de dos mezclas clásicas. Luego comenzaron a importar camellia sinensis, un arbusto variable que según los botánicos tiene dos variedades: la bohea, originaria de China, y la assámica, de las tierras de India y Birmania.
Pero sea donde sea, las plantas del té -que no deben crecer más de tres metros- se desarrollan mejor en zonas cálidas y húmedas, con temperaturas entre 10 y 30 grados centígrados, y una altitud que oscila entre los 300 y los 2.000 metros sobre el nivel del mar. El secreto es la exacta combinación de altitud y humedad.
En su coqueto y gratuito salón de degustación, en Buenos Aires, hay sólo tres mesas porque la idea es que la gente pruebe las cuatro variedades de tés negros, de diferentes orígenes, y encuentre el sabor que más le va a su paladar. Siempre, por supuesto, sin azúcar ni edulcorante.
Distintos sabores
El St. Coombs viene de Dimbulla, comarca templada y lluviosa de Ceilán, en Sri Lanka, que tiene una extraña historia. Hasta 1866 fue, después de Brasil, el segundo productor de café; pero ese año un hongo destruyó las plantaciones y los agricultores, buscando reconvertir su actividad, se dedicaron a cultivar este té de hojas cortas y sabor afrutado.
El Illam viene de Nepal, el reino escondido de los Himalaya, donde aún se cultiva en terrazas. El té de las montañas de Nepal se exporta muy poco porque casi toda la producción se consume adentro, y el país recién está saliendo comercialmente al mundo. El Illam tiene un sabor dulzón y almendrado.
El Darjeeling Mim se cultiva en Darjeeling, India, la región que está considerada la mayor productora mundial de té negro. Es una infusión con mucho cuerpo que tiene el sabor dulzón del vino moscatel.
Y por último el Keemun, que se cultiva en Quimen, región de Shangai, en China, donde está considerado el más exquisito de los negros y el acompañante ideal de las comidas picantes. También es el preferido en la corte inglesa por su sabor suave y dulzón, con un ligero aroma a orquídeas y de un rojo brillante.
Se sabe que la cultura del té viene de la antigua civilización china, pero sus orígenes se pierden en el tiempo. Una leyenda ubica su descubrimiento al comienzo del tercer milenio antes de Cristo, cuando el emperador Shen-Nong hervía agua para beber a la sombra de un árbol salvaje.
De repente una brisa fuerte dejó caer varias hojas dentro del recipiente, y el hombre vio que el agua tomaba color. Así descubrió que el extraño brebaje tenía un sabor agradable.
La misma transformación del agua, pero en una tetera vidriada, se observa cuando Noemí cuenta esta y muchas otras anécdotas, mientras sirve el té y explica que el tiempo de infusión oscila entre 3 y 5 minutos. También revela otros secretos para disfrutar de la mejor manera de una taza de la milenaria bebida. Asegura que todo sibarita debe tener varias teteras, entre ellas una para los tés ricos en tanino, que pueden ser de barro, estaño o plata; otra para los perfumados y una tercera para los ahumados.
Un servicio de té, acompañado de tortas recién horneadas, masas y scons, se sirve en el Crystal Garden del Park Tower Sheraton de Buenos Aires. El precio por persona, de este English Tea, oscila entre 14 y 22 pesos.